Acabadas las elecciones presidenciales del 2011, la lideresa fujimorista se dedicó a construir su candidatura del 2016. Keiko Fujimori invirtió cinco años de su vida en esa empresa, lo que un joven universitario pasa en la universidad para tener una carrera. No es poco esfuerzo para una mujer joven de 41 años. Hizo el esfuerzo pero no obtuvo la recompensa. Es cierto que su partido obtuvo una mayoría histórica en el Congreso, pero ¿y ella?
Fujimori negó el gesto democrático de saludar al ganador. No se acercó para darle ese apretón de manos que significa haber competido bajo las reglas de juego de la democracia y haber perdido en buena lid. Ella piensa que perdió en mala lid, que el poder político del gobierno de Ollanta Humala, el poder económico y el poder mediático se pusieron en su contra en una campaña de enfrentamiento y odio. Lo dijo en un mensaje el 28 de julio cuando aceptó la derrota a regañadientes. Debe ser difícil creer ser el blanco del odio de muchos.
En ese mismo mensaje mencionó que los puntos de su plan de gobierno entrarían en la agenda del Congreso. Este discurso lo ratificó en un mensaje paralelo al presidencial. En un video corto y grabado previamente –pues ella estaba apartada de los medios y las cámaras– señaló enfáticamente que su plan de gobierno se iba a ejecutar. Se nota en ese mensaje un ansia de gobernar, una necesidad de ser la encargada, pero la realidad indica que ella no tiene esa responsabilidad sino mediatamente a través de su numerosa bancada. Luego hubo solo silencio.
Reapareció como si necesitara hacer una rendición de cuentas de sus 100 primeros días. En un mensaje destemplado en la inauguración de su local partidario, afirmó que ella no estaba deprimida, que eso era para los perdedores, como si el poder de las palabras pudiera decretar el fin de ese hechizo de reveses electorales. En ese discurso, Keiko Fujimori apareció desorientada, agresiva en demasía y sarcástica a la mala.
La política es solitaria y una persona metida en ese mundo duda acerca de quiénes son leales y quiénes condicionales. La bancada naranja tiene 72 asientos, pero eso no significa que haya 72 lealtades. Es más, se ha requerido de un amarre forzado para evitar que aquellos condicionales alquilen su voto a otro postor. Keiko Fujimori quizá sabe que la lealtad de muchos de ellos depende de que ella intente otra vez la presidencia, que trate otra vez de deshacer el embrujo electoral.
Si no se puede confiar en los 72, al menos se puede coordinar con los 12 pasajeros del mototaxi. Lo curioso es que este grupo de fieles no incluye a su hermano Kenji Fujimori. La política no entiende de lazos familiares. El cogollo se convierte en un sustituto eficaz.
Keiko Fujimori es la conductora desde las sombras de ese mototaxi con rumbo temerario. Ella ha transportado a sus pasajeros al Congreso, pero no ha logrado llegar a su propio destino. Hacia el 2021, muchos otros pasajeros la empujarán a que asuma el timón. En ese momento quizá piense si vale la pena volverlo a intentar, con la posibilidad de fallar una tercera vez y perder cinco años más, solo para que otros logren sus curules. Debe ser difícil ser un medio para otros y no un fin para uno mismo.
Los sentimientos acumulados en la última elección y esta visión de futuro estarían haciendo que la conductora del mototaxi enfile ahora impulsivamente su motor contra el gobierno. Tendría que considerar, sin embargo, que un mototaxi es una estructura también débil. Que haya muchos pasajeros no significa que la carrocería la pueda proteger en una colisión directa.