Algunos entendidos en ese deporte parecido al fútbol que se practica en el Perú atribuyen los fracasos de nuestra selección a la extracción social de los jugadores. Supuestamente, la pobreza y la falta de educación en sus hogares serían la causa de esa fragilidad física y anímica que echa a perder el tantas veces ensalzado y pocas veces visto “toque fino” y la “depurada técnica” del jugador peruano. Ahí está el ejemplo de Claudio Pizarro para confirmarlo: el jugador peruano más exitoso de todos los tiempos –campeón hasta el cansancio en Alemania, campeón en la Champions League y uno de los máximos goleadores históricos de la Bundesliga– proviene de una familia de clase media y bien constituida, como se dice.
Pero el caso de Pizarro es una anécdota, no una estadística. Ejemplos como él no hay muchos para comprobar o descartar la teoría porque los jugadores provenientes de hogares pobres están sobre-representados en el mundo del fútbol. Que estén sobre-representados quiere decir que si en un país como el Perú el 20% de las familias son pobres, pues muchísimo más del 20% de los futbolistas profesionales proviene de esas familias.
Un simple concepto económico explica este fenómeno: es el costo de oportunidad. Cada vez que elegimos algo dejamos de lado otras alternativas. El costo de oportunidad de eso que elegimos es el valor (monetario o puramente subjetivo) de la mejor de todas las alternativas que estamos a punto de sacrificar. Entre los adolescentes con talento para el fútbol, aquellos con las mejores oportunidades educativas y profesionales fuera de la cancha enfrentan un costo de oportunidad más alto que el resto.
Comparar las perspectivas de ingresos no es fácil, sin embargo, porque dependen de dos variables fundamentales, como son la probabilidad de éxito y la longevidad de la carrera. Una estrella de verdad ganará mucho más que un abogado prominente o un banquerito de inversión; pero pocos llegarán a serlo. Por su parte, la duración de la carrera es más incierta en el fútbol que en otros caminos de la vida. Las lesiones y el desgaste físico pueden truncarla en cualquier momento, mientras que un dentista o un ingeniero pueden ejercer su profesión tranquilamente hasta la edad de jubilación. Es más difícil elegir entre la universidad y el fútbol que entre dos especialidades académicas.
Para los chicos de las familias menos acomodadas el dilema no es tan agudo. No hay que ser una superestrella para ganar en el lapso de diez o quince años más de lo que esperaría ganar a lo largo de toda su vida laboral alguien que no tiene (o cree no tener) la mejor educación ni las mejores conexiones. Puede probar suerte en el fútbol sin sacrificar ingresos en lo inmediato ni desmejorar sus posibilidades futuras.
Así es en todos los países y también a nivel internacional. No es casualidad que en el fútbol europeo de hoy sean tantos los jugadores africanos y sudamericanos, y en muchos equipos, tan importantes como los propios nativos. Desde que en 1995, con la llamada Ley Bosman, el cupo para el fichaje de jugadores extranjeros dejó de aplicarse a los intracomunitarios, el flujo de talento del tercer mundo hacia el continente europeo ha ido en aumento.
Obviamente, ésta es solamente una parte de la historia. De lo contrario, tendría que haber más peruanos jugando en los mejores equipos del mundo.