La designación de Pedro Cateriano como presidente del Consejo de Ministros es una huida hacia delante de la pareja presidencial. Con una baja popularidad, habiendo perdido el control del Congreso y en una situación de enfriamiento de la economía, un gobernante democrático y sensato habría ubicado en ese puesto a un independiente conciliador, para que se concentre en propiciar un ambiente de estabilidad que permita remontar el descenso del crecimiento.
En democracia, un gobierno minoritario tiene que transar, negociar, ceder en algo.
Pero la pareja presidencial es ajena a esos conceptos. Ellos han usado la democracia para llegar al poder y si no se han perpetuado en el gobierno a través de la reelección conyugal probablemente es porque no han podido, no porque no hayan querido.
Ahora están preocupados en un solo tema, el resultado electoral del 2016, con el propósito de obtener una bancada importante en el Congreso e impedir, si es posible, el triunfo de Keiko Fujimori o Alan García, sus adversarios más tenaces.
Algunos afirman que fujimoristas y apristas tienen merecido el ataque que reciben desde el gobierno. Olvidan que al principio ambos grupos se mostraron sorprendentemente conciliadores con la nueva administración, deseosos de no perturbar el volteretazo hacia la derecha de la pareja presidencial. Y que más bien la hostilidad fue desatada por el propio gobierno. La pareja mantuvo el mismo ánimo agresivo y pendenciero que mostró desde su ingreso a la política el 2005.
Con el nombramiento de Cateriano algunos analistas y políticos especulan que la pareja presidencial trataría de propiciar una crisis mayor para tener un pretexto y justificar un autogolpe al estilo del ejecutado por Alberto Fujimori y Vladimiro Montesinos hace exactamente 23 años, el 5 de abril de 1992.
A favor de esta hipótesis está el que la pareja no es afecta a la democracia, son audaces y hasta hoy han tenido suerte al salir indemnes y haber llegado al poder. Algunos hechos que grafican lo anterior son el levantamiento de Ollanta Humala en octubre del 2000, el mismo día de la fuga de Montesinos en el yate Karisma; la asonada de Antauro Humala el 1 de enero del 2005 respaldada desde Seúl por Ollanta contra el gobierno de Alejandro Toledo; y su postulación a la presidencia de la República sin tener ni conocimientos, ni experiencia, ni equipo, ni partido. Estos hechos muestran la osadía y el atrevimiento de la pareja.
Además, Humala se ha cuidado de poner al frente del Ejército a gente de su absoluta confianza, no siempre los más capaces, de ascender a sus compañeros de promoción en una proporción desmedida –ha superado ya al número de generales que tuvo la promoción de Montesinos– y de ubicarlos en los puestos claves.
Desde esa perspectiva, no sería descabellado que intentaran un autogolpe. No obstante, estarían casi con seguridad destinados al fracaso. En 1992 Fujimori tenía a su favor el haber detenido la terrible hiperinflación generada por el gobierno aprista, y eso era algo que todos los peruanos le reconocían. Y la justificación que usó, la amenaza terrorista, si bien era aparente –Sendero Luminoso ya estaba muy golpeado- sí era considerada cierta por la mayoría de los peruanos.
Hoy día la popularidad de la pareja está muy disminuida, la situación económica no tiene visos de mejorar y la mayoría solo espera que este gobierno infausto termine. No tienen ningún pretexto creíble. Por último, pero no menos importante, los militares, incluyendo a sus favorecidos compañeros de promoción, difícilmente se embarcarían en una aventura riesgosísima que probablemente los lleve luego a la cárcel, como a varios de los que participaron en el golpe de 1992.
En suma, la situación de Humala se parece más a la de setiembre del año 2000, cuando Montesinos trató de darle un golpe a Fujimori y no pudo obligar ni persuadir a sus compañeros de promoción que comandaban el Ejército para que lo acompañaran en esa aventura. Sabían que no era posible.
Así, lo que probablemente tendremos en los próximos meses serán más choques, refriegas y conflictos. Inestabilidad política. Es decir, un ambiente poco propicio para facilitar el aumento de la inversión y el empleo cuando más se necesita.