Es justo y necesario felicitar al ministro Alonso Segura por las propuestas que ha presentado para resucitar la economía. En términos generales, todas apuntan en la dirección correcta y son las de mayor calibre hasta ahora, considerando la diversidad de iniciativas de los sucesivos “paquetes” de reformas. En pocas semanas en el cargo, Segura ha puesto más carne a la parrilla que en todos los años que tuvo su predecesor.
La reducción de impuestos para ciudadanos y empresas siempre es bienvenida. Pero es particularmente propicia cuando el Estado no tiene capacidad de gastar bien. Si la recaudación no se va a traducir en mejores obras y servicios, ese dinero está mejor en las manos del sector privado.
Las reformas en materia laboral son más dispares. Es posible que el nuevo régimen de fomento del empleo juvenil no sea especialmente exitoso, salvo en empresas muy grandes, porque las complejidades de administrar diversas formas de contratación son ya enormes. Pero lo propuesto en cuanto al cese colectivo y el arbitraje laboral son buenas noticias, sin duda. Especialmente la definición más objetiva de las condiciones que una empresa puede invocar para reducir su planilla por motivos económicos.
Hay otras medidas adicionales en este último paquete, en las que se nota un esfuerzo por corregir distorsiones, estimular la inversión y poner más plata en manos de las personas, sea para que consuman, paguen deudas o lo que estimen más conveniente. En todas se percibe, en fin, liderazgo y decisión.
En eso consiste el gobierno. En señalar un derrotero y hacer que las cosas sucedan. ¡Qué poco de eso ha tenido la presidencia de Ollanta Humala! ¡Qué manera de flotar en el éter de la indefinición ideológica y la inacción! Lo del ministro Segura es una saludable excepción, y qué fantástico sería que contagie un poco a sus colegas, empezando por el titular de Produce, quien sigue soñando con dirigir la diversificación productiva y lo mejor que puede mostrar de su gestión son las actas de instalación de su consejo de coordinación. A estas alturas ya debería haberse tumbado por lo menos 20 trámites, procesos o requisitos que traban la inversión privada.
Y también a la jefa del Mincetur, empeñada como está en montar una red de consejeros comerciales para fomentar las exportaciones. Esa burocracia internacional será tan inoperante como el convenio que acaba de suscribir Relaciones Exteriores con los gremios privados, según el cual las embajadas peruanas en el mundo van a colaborar buscando inversionistas para que pongan plata en pymes peruanas. ¡Qué nivel de ingenuidad! Es más probable que el Sol empiece a dar vueltas alrededor de la Tierra.
Pero al que hay que inocular de emergencia es al propio presidente Humala. Después de todo, a él debería corresponder el protagonismo en todas estas reformas. Imagínelo por un instante cumpliendo el rol para el cual fue elegido. En lugar de visitar al Papa para que interceda por la selección peruana, saliendo a los medios para comunicar una reducción de impuestos; en lugar de insultar a sus contrincantes políticos, explicando los cambios en materia laboral.
Si él se creyera el cuento de la inversión privada y si apareciera regularmente para anunciar reformas que la faciliten, el efecto en la comunidad empresarial se amplificaría. De hecho, bastaría él solo para jalar todo el tren.