El gobierno del presidente Ollanta Humala termina el 2014 agotado por las disputas que él mismo provocó e incentivó con sus adversarios políticos, y desgastado por el enfriamiento de la economía cuya responsabilidad, al menos en parte, ahora también se la atribuyen a él los expertos, los empresarios y el público.
A principios de año la pareja presidencial estaba todavía lejos de descartar la postulación de Nadine Heredia a la presidencia el 2016. Aunque esa posibilidad había ido debilitándose, se aferraban a la esperanza de la “reelección conyugal” –como la calificó Alan García- con más ilusión que realismo–.
Complicaciones posteriores los obligaron a abandonar ese proyecto: la abrupta salida del primer ministro René Cornejo y las dificultades para ratificar a su sucesora Ana Jara y elegir a Ana María Solórzano en el Congreso hicieron que Nadine Heredia desistiera públicamente, por primera vez, de sus aspiraciones presidenciales.
En el camino volvieron a perder a varios congresistas reduciendo su bancada a una parcela del fragmentado Congreso. No han perdido la mayoría ni la capacidad de maniobra, por la corrupción desbordante que campea en la Plaza de la Inquisición que les permite comprar con relativa facilidad a los parlamentarios necesarios (o a sus jefes) para ganar las votaciones que el gobierno requiere.
Aunque cuando llegó al poder la pareja presidencial dio un viraje radical en lo que a política económica se refiere, mantuvo el ánimo pendenciero, de confrontación total con los principales adversarios políticos, que había cultivado entre el 2005 y el 2011 cuando, entre otras cosas, trató de derrocar a Alejandro Toledo en el ‘andahuaylazo’ el 2005 y pidió en varias oportunidades la destitución de Alan García durante su gobierno.
Los enfrentamientos permanentes y sostenidos con los rivales políticos, más allá de las normales pugnas y refriegas entre gobierno y oposición, no parecen haber logrado los objetivos que se trazó la pareja presidencial. En el caso de Alan García, pretendían sacarlo de la carrera presidencial inhabilitándolo como consecuencia de las acusaciones de la megacomisión que ellos digitaron. No lo consiguieron. Aunque sin duda lo han debilitado políticamente con denuncias como la de los ‘narcoindultos’, es un pobre resultado para los esfuerzos invertidos y las consecuencias de la agresiva respuesta de los apristas.
Al fujimorismo no parece haberle afectado mucho los embates del gobierno. Keiko sigue encabezando las encuestas y mantener en prisión a Alberto, al margen de consideraciones jurídicas y humanitarias, favorece la candidatura de la hija. El papá suelto en plaza le haría mucho más daño del que le hace desde prisión.
La riña con sus ex aliados izquierdistas le costó a Humala la derrota de Conga, que sin duda es una marca indeleble y duradera de su gobierno.
En síntesis, hechas las sumas y restas, en las reyertas incentivadas por la pareja presidencial más parecen haber perdido ellos que sus oponentes. Llegan a fin de año relativamente aislados política y socialmente, con una bancada parlamentaria que sigue desgranándose, sin haber podido avanzar ni un ápice en la construcción de un auténtico partido –como se demostró en las recientes elecciones–, y con una nítida imagen de deslealtad absoluta (son capaces de traicionar a todos, aliados, socios, amigos y familiares) que no los ayudará a crear un nuevo entorno cuando abandonen el poder.
En mi primera columna de este año, auguraba: “En suma, el conflicto político es parte de la vida democrática, pero este año será particularmente intenso y posiblemente alcanzará cotas muy altas, empujado por las ambiciones de la pareja presidencial”. (El Comercio, “El año de los conflictos políticos”, 5.1.14). Ha sido así.
Por último, pero no menos importante, este año se ha puesto en evidencia la corrupción desenfrenada a todos los niveles, desde los gobiernos regionales y municipales hasta la cúpula de la fiscalía de la Nación, pasando por el Gobierno Central, embarrado por los escándalos de Martín Belaunde Lossio y Óscar López Meneses, y con fuertes sospechas sobre la manera como se han manejado algunas obras gigantescas y ciertas compras millonarias. Si esas suspicacias se confirman, como presagian algunos malpensados, estaríamos ante el gobierno más corrupto del último siglo. El lema “Honestidad para hacer la diferencia” del humalismo sería algo así como el “De las manos limpias” del ex alcalde de Chiclayo Beto Torres.