Una gran apuesta sobre otra, por Iván Alonso
Una gran apuesta sobre otra, por Iván Alonso
Iván Alonso

A ojos del espectador, la apuesta de Michael Burry, un médico de profesión convertido en administrador de un fondo de inversión, contra el mercado de bonos inmobiliarios parece una cosa segura. Tanto como la apuesta de Hollywood por la invectiva contra el capitalismo. “La gran apuesta” ha ganado ya el premio de la mejor película del Producers Guild of America y quizá hasta gane el Óscar. Plata como cancha.

La película está basada en el libro “The Big Short” de Michael Lewis, que según tenemos entendido es un buen relato de la crisis financiera que estalló en el 2008. No sabemos si le hace justicia o no.

Los bonos inmobiliarios o ‘mortgage-backed securities’ son títulos emitidos para financiar préstamos hipotecarios. Un “originador” hace un préstamo a una familia para comprar una casa. Luego le vende el préstamo a un banco, que, en efecto, fondea la operación. El banco, a su vez, transfiere un grupo de préstamos a un vehículo que emite bonos al público. Los bonistas recuperan su plata a medida que las familias pagan sus hipotecas.

El Dr. Burry se dio cuenta de que muchas familias iban a dejar de pagar. Muchas, en realidad, compraron una propiedad (o más de una) no para tener un lugar donde vivir, sino como una inversión. En el mercado de alquileres, la oferta comenzó a superar a la demanda. Si las casas no se alquilaban, no se podía mantener al día las hipotecas. Y si las hipotecas no se pagaban, tarde o temprano los bonos tampoco se pagarían.

Burry compró miles de millones de dólares en ‘credit default swaps’, un seguro contra el incumplimiento en el pago de los bonos inmobiliarios. A cambio de una prima anual, sus contrapartes –algunos de los principales bancos internacionales– le entregarían el valor nominal de los bonos si acaso estos dejaban de pagarse dentro del plazo acordado.

Naturalmente, el héroe sale triunfante, pero no sin antes enfrentarse a las fuerzas del mal. Comienzan a aparecer noticias que confirman la corazonada de Burry: el número de casas desocupadas aumenta por todo el país; la morosidad de los préstamos hipotecarios también. Y, sin embargo, en el mercado financiero los precios de los bonos inmobiliarios suben, en lugar de bajar. Los bancos llaman a Burry para que ponga cientos de millones de dólares en garantía, una precaución elemental en caso le entren dudas y decida dejar de pagar el seguro. “¡Conspiración!”, grita en silencio el director de la película. “¡Manipulación!”. Hasta que los bonos se desmoronan.

Pero Burry, aparte de ser tan ambicioso como los malos de la película, no tenía una bola de cristal. Estaba extremadamente bien informado y razonaba correctamente sobre los fundamentos del mercado inmobiliario –piensa este economista–, pero no sabía a ciencia cierta lo que iba a pasar. Su apuesta no era irracional, pero tampoco infalible. Mucha gente con grandes sumas en juego tenía una opinión diferente. No es inverosímil que el mercado se haya movido temporalmente en dirección opuesta a la que él esperaba. Las grandes burbujas financieras revientan solamente después de que un número suficiente de inversionistas cambia de parecer.

Es un error atribuir la crisis a la codicia. Siempre ha habido codicia, con o sin crisis. Preguntemos mejor de dónde vino la materia prima para tanto préstamo hipotecario sin sustento real: no de Nueva York, sino de Washington D.C.