En pocas semanas la economía griega va a explotar o continuará su pésimo desempeño con la ayuda de la Unión Europea (UE). Otra vez, el gobierno no tiene dinero para pagar sus deudas y está pidiendo alivio de sus acreedores oficiales a cambio de prometer algunas reformas.
Ese es el baile en que Grecia y la UE, junto con el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Central Europeo, han estado desde que irrumpió la crisis de deuda griega en el 2009. Desde entonces, tales acreedores han concedido US$264.000 millones en rescates financieros a ese país, logrando pobrísimos resultados. El desempleo está por encima del 25%, la economía se ha encogido en 24%, y la deuda pública aumentó de alrededor de 100% a casi 180% del PBI.
Como hemos visto en numerosos ejemplos de rescates masivos –desde Rusia a Argentina– el acreedor oficial (en esos casos el FMI) pretende aplicar condiciones duras al préstamo, y el recipiente pretende aceptarlas. Usando dinero público, ambas partes tienen incentivos para llegar a un acuerdo. Cuando no se cumple, vuelven a renegociar, aún cuando es obvio que hay poco interés en reformar por parte del gobierno que recibe los fondos.
Eso es lo que ha estado ocurriendo en Grecia. Pero esta vez, el baile es diferente. El gobierno de Syriza, elegido en enero, no pretende aceptar las condiciones de los préstamos. Quiere, por el contrario, sostener un gasto público alto y hacer reformas mínimas dentro de un programa populista de gobierno. La UE ha indicado que no seguirá financiando a Grecia sin un compromiso a implementar mayores reformas. Sin dinero nuevo, Grecia podría entrar en default y una crisis generalizada cuando venza una deuda el 5 de junio.
He estado en Atenas esta semana y puedo constatar que el gobierno es altamente popular. El 81% de la población apoya su postura en las negociaciones con la UE. El sentimiento se entiende. Después de todo, los acuerdos con los acreedores no han mejorado la situación económica y los griegos los asocian, equivocadamente, con reformas de mercado. De todas las economías europeas que entraron en crisis, Grecia es la que ha sido incapaz de recuperarse.
No sorprende. El país ha mantenido un Estado gigantesco. El gasto público está en 49% del PBI , hay 800.000 empleados públicos en un país de 11 millones de personas y, según el economista Aristides Hatzis, Grecia figura en último lugar entre los miembros de la UE en los índices de libertad económica, de competitividad, y de apertura. También tiene el peor ránking de la UE respecto a un ambiente para hacer negocios y respecto a la corrupción. El gobierno gasta casi la mitad del presupuesto en beneficios sociales, y el 30% de tales gastos en efectivo benefician al 20% más rico de la población.
El ajuste fiscal que se ha hecho hasta ahora ha sido casi todo por el lado de aumentar impuestos, que ya eran altos. El economista Nicholas Economides culpa a esa política de haber causado una recesión así de grave. Letonia, por otro lado, se recuperó rápidamente de su crisis realizando el ajuste en gran medida por el lado de recortes al gasto público. Ese país sufrió una reducción económica similar a la de Grecia, pero ha estado creciendo al 4% los últimos 4 años.
Dejar a Grecia caer en bancarrota no es una opción que la UE ha querido considerar pues opina que pondría en peligro el euro y el proyecto político europeo. Es justamente esa realidad la que ha permitido a Grecia llegar a donde está hoy y a que su gobierno actual apueste que la UE ahora se rinda primero. Termine como termine, este caso es una muestra más de que ya no debemos depender del dinero público para tratar de resolver las crisis de deuda.