Hace poco Augusto Álvarez Rodrich vaticinaba amargamente en “La República” que lo que nos espera en las próximas elecciones será muy feo: “La temática central de la campaña que viene serán las acusaciones a los candidatos presidenciales, lo que impedirá que temas medulares como la educación, la salud o la inseguridad ingresen a la agenda, aunque es cierto que la lucha anticorrupción también constituye un tema capital”. (“Ciudad de M”, 23/7/15).
Tiene razón. Muchos podrían llegar a esa conclusión luego de analizar algunas carátulas y reportajes de “La República” en los últimos días.
El martes pasado ese diario publicó un gran titular en portada: “Keiko dobló su patrimonio en un año”. Y en un extenso reportaje, Ángel Páez y Melissa Goytizolo intentaban demostrar con guarismos y declaraciones juradas ese sensacional descubrimiento asegurando que “los números no mienten”. (“El 2011 Keiko Fujimori reportó cifras diferentes de su patrimonio”, 21/7/15).
Inmediatamente los parlamentarios humalistas cayeron sobre Fujimori exigiendo investigaciones en el Congreso y el Poder Judicial.
Al final, resultó que la información era falsa, que los números manipulados sí mentían. En realidad, habían mezclado soles con dólares e inflado imaginariamente el patrimonio de Fujimori. El subdirector de “La República” lo reconoció en una pequeña nota publicada en la página editorial de ese diario: “La información sobre el patrimonio de la lideresa de Fuerza Popular, Keiko Fujimori, consignó un error”. Y luego afirma que “nada de ello, sin embargo, cambia nuestra posición sobre el fujimorismo”. (“Sobre Keiko y algo más”, 23/7/15).
Algo parecido ha sucedido con otra serie de reportajes de ese diario en los últimos días referidos al esposo de Fujimori, Mark Villanela, donde han mentido para ensuciarlo. (Ver entrevista a Villanela en “Correo” 25/7/15, “He tenido S/.500 mil de utilidades el 2014”).
Naturalmente “La República” tiene todo el derecho de ser antifujimorista y criticar todo lo que considere equivocado. También, por supuesto, de investigar los puntos oscuros de la candidata y su partido. Nadie discute ese derecho. Pero eso es una cosa y otra muy distinta difundir información falsa para desacreditar a un candidato.
Lo que está ocurriendo es que el gobierno y sus partidarios han sentido el golpe de las continuas revelaciones de las cuentas y gastos sin aclarar de Nadine Heredia, familiares, amigas y socios. E intentan manchar a los líderes opositores con denuncias similares. Estaría muy bien si tuvieran fundamento, pero si son acusaciones artificiales e infundadas, es guerra sucia.
En las campañas electorales se usan los mensajes positivos y negativos. Pero estos últimos, que son legítimos, no deben confundirse con guerra sucia. El mensaje negativo pone en evidencia las deficiencias de un candidato, de su entorno o su partido. La guerra sucia consiste en difundir imputaciones mentirosas y arteras contra los adversarios.
Un muestra de lo último es lo que hizo Vladimiro Montesinos con la prensa amarilla que controlaba para favorecer la candidatura de Alberto Fujimori el año 2000, difamando sistemáticamente a los adversarios como Alberto Andrade, Luis Castañeda y Alejandro Toledo, a congresistas como el entonces director de “La República” Gustavo Mohme Llona y a periodistas de ese diario como Ángel Páez.
Un ejemplo de mensaje negativo exitoso es el que difundió la campaña de Alejandro Toledo contra Alan García el 2001. Cuando los errores del candidato de Perú Posible causaron su rápida caída en las últimas semanas, la campaña recordó profusamente a los peruanos los desastres del gobierno de García, la hiperinflación, la escasez, las colas, el terrorismo, etc. No hubo inventos ni mentiras, solo destacar los desatinos del adversario. Los números se invirtieron muy rápido y Toledo ganó cómodamente.
O como la de García contra Ollanta Humala el 2006, identificándolo con su padrino de aquel entonces, el dictador venezolano Hugo Chávez.
En nuestro medio –y en muchos países– es común la idea que la guerra sucia es muy eficaz para destruir adversarios y algunos candidatos se dedican predominantemente a eso. No obstante, los mejores consultores políticos rechazan esa especie.
Los electores –sostienen– votarán finalmente por quien tenga propuestas que consideren los ayudará a mejorar su vida cotidiana, para lo cual es fundamental el mensaje positivo. La guerra sucia se puede volver contra sus promotores si es respondida rápida y eficientemente. El punto es que eso no siempre ocurre y entonces sí tiene efecto.