Emoliente, una bebida que cobra popularidad durante el invierno y está compuesta por ingredientes naturales. (Foto: El Comercio)
Emoliente, una bebida que cobra popularidad durante el invierno y está compuesta por ingredientes naturales. (Foto: El Comercio)
Franco Giuffra

Sentidamente emocionado, don Jorge del Castillo ofreció, el último sábado en la noche, una información “calientita”. Una cadena de supermercados continuaba vendiendo leche Pura Vida a esas horas. Como si se tratara de un producto contaminado o mortífero.

“Donde sí nos sentimos tranquilos –pudo haber agregado– es con las bombas de manjar blanco y los panes con torreja que se venden en las carretillas alrededor de la plaza Bolívar”.

No se despegue de las noticias. En las próximas semanas van a llover las novedades sobre la iniquidad de las empresas formales de alimentos y las declaraciones de autoridades y expertos que las detestan.

La lógica de esta arremetida es clásica: los derechos de los consumidores, la obesidad, la hipertensión y el hipo. Pero ni una palabra sobre la producción y comercialización informal.

¿Cuándo ha visto usted a Yonhy Lescano criticando las condiciones en que se venden las menudencias en el mercado de Ceres? ¿Qué campaña conoce de Aspec contra los alfajores jumbo de los carretilleros en las puertas de los colegios? ¿Alguna experta en nutrición que cuestione los panes con hot dogs anaranjados que se venden en el fútbol?

Todo el Perú está lleno de alimentos y bebidas producidos y vendidos informalmente. En pésimas condiciones de sanidad. Sin etiquetas, sin información de ingredientes, sin equipos de frío. ¿Por qué don Jorge no enfila sus baterías contra las jamonadas bamba, por ejemplo, de las que no se sabe qué carnes las componen ni qué sustancia las mantiene ligadas?

Es fácil responder a esa interrogante: perseguir la informalidad no es popular. Lo rentable políticamente es atacar a las empresas legales, y cuanto más grandes, mejor.

Con esta agenda conveniente, se van a multiplicar las exigencias de etiquetado, las restricciones de venta y las condiciones de publicidad. Salen las vacas de la mantequilla, del manjar blanco y del yogur. Fuera las fresas de la gelatina y de las galletas rellenas. Hasta el Tang va a tener que cambiar su empaque en todo el mundo.

Con cada producto se requerirá ahora un prospecto informativo, como en las medicinas. Las papitas fritas estarán prohibidas a menos de 500 metros de escuelas y hospitales. Nada de chocolates en las vecindades de un nido. Los productos azucarados se venderán en empaques monocromáticos, diseñados en Corea del Norte.

No basta, en suma, que los formales deban cumplir las exigencias del Codex Alimentarius. Tendrán que soplarse las demás ocurrencias regulatorias que provengan de la imaginación de los políticos, las autoridades, las asociaciones de consumidores y los colegios profesionales.

La defensa de los consumidores es solo la excusa para salir en la tele. Si de verdad les preocupara la salud del prójimo, las campañas y sanciones serían contra los licores adulterados, los productos falsificados, las condiciones sanitarias de los mercados de barrio, las papas rellenas tapaditas con trapo húmedo para que duren diez horas al sol.

Pero eso no paga. A Gilbert Violeta no le darían espacio en un diario si saliera a exigir una indemnización millonaria y ejemplar a los fabricantes informales de turrones que circulan en la feria del Señor de los Milagros. Tampoco invitarían a la ministra de Salud al Congreso a exponer sus planes contra la inmundicia del mercado de pollos de Acho.

Ni hablar, eso no es noticia. Lo bacán en el Perú es cerrar un supermercado, decomisar un producto legal, insultar a un empresario que paga impuestos. Con eso sí escribes una columna y quedas regio.