“Eliminar el ahorro obligatorio sería condenar a los viejos a la pobreza”, señaló recientemente un experto financiero en la televisión. Otro anunció que la medida significaría “pobreza para todos”. Confieso que las frases me removieron. ¿Quién quisiera ser acusado de semejante atrocidad? Traté de imaginar cómo sería ese Perú condenado.
Sin embargo, hay una manera de vislumbrar ese futuro sin necesidad de imaginarlo. Basta mirarnos en el espejo hoy. Casi todo adulto mayor de ahora ha llegado a esa etapa sin haber sido obligado a ahorrar sistemáticamente durante su vida laboral. Los abuelos de hoy, entonces, serían una demostración viviente del inevitable castigo que sigue a una vida sin ahorro obligatorio.
¿Cuál es la situación actual de los viejos? Utilicemos la encuesta anual de los hogares del Instituto Nacional de Estadística e Informática (INEI) para ver cómo les ha ido a las personas que llegaron a los 65 sin haber sido “protegidos” por un ahorro obligatorio.
Primero, ellos sí conocen la pobreza, pero no más que los jóvenes. Incluso, su pobreza es ligeramente menor (22% en comparación con el 24% de pobreza en la población total). Y la pobreza extrema tiene la misma incidencia entre jóvenes y mayores (5% en cada caso). En parte, esto se debe a Pensión 65, que contribuye a reducir la pobreza de los abuelos, pero ese subsidio de S/.125 mensuales es recibido por apenas uno de cada diez viejos. Más que nada, ellos se defienden solos.
Segundo, casi todo adulto mayor vive en el seno de una familia. Apenas 14% se encuentran expuestos a la vulnerabilidad de la vida solitaria, mientras que 41% viven en un hogar de cuatro o más personas.
Tercero, apenas 4% pagan un alquiler. El 89% viven en casa propia, libres de la inseguridad que representa un hogar alquilado, y protegidos por el capital invertido en su vivienda.
Cuarto, de los que tienen entre 65 y 85 años, casi un tercio sigue trabajando, ganándose el pan y contribuyendo a la economía de su familia en alguna ocupación.
Quinto, la encuesta revela que el aspecto más preocupante de la vejez no es mayor pobreza, sino mayor incidencia de problemas de salud. Casi 80% de los adultos mayores aducen sufrir un mal crónico, más del doble de lo reportado por la población en general.
Ciertamente, en el espejo de hoy no hay visos de la calamidad pronosticada para los que no son obligados a ahorrar. Al contrario, ambos grupos, jóvenes y abuelos, han venido gradualmente reduciendo su pobreza, pero la capacidad del adulto mayor para defenderse económicamente puede ser sobrepasada por las enfermedades y discapacidades. Tanto o más que la pensión, la ayuda crítica que requiere el abuelo podría ser una mayor seguridad y calidad de atención para la salud.
¿Los futuros abuelos serán menos capaces de defenderse? Comparados a los de hoy, tendrán más nivel educativo, vivirán más años con capacidad física y mental para trabajar, y gozarán de un mundo con más oportunidades. Pero, en sentido contrario, la sociedad moderna viene debilitando el principal activo que tenemos para la protección social, la familia. Es mucho lo que se puede y debe hacer para mejorar el bienestar de nuestros abuelos, pero antes de recetar e imponer reformas echémosle una mirada a cómo de hecho ellos y sus familias ya lo vienen haciendo. La madre de la exclusión es ni siquiera querer escucharlos.