(Foto: MEF)
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Iván Alonso

El mundo se está desindustrializando y no hay marcha atrás. Ése es el punto de partida de Dani Rodrik, un célebre profesor de Harvard que estuvo en Lima la semana pasada, invitado por el Consorcio de Investigación Económica y Social (CIES). Su mensaje es que, en el futuro, el crecimiento del empleo sólo puede venir de la formalización del sector informal y ésta sólo puede lograrse mediante una colaboración público-privada, en la que el gobierno provea ciertos innominados servicios a las medianas empresas, financie un fondo de inversión (profesionalmente manejado, por supuesto) para nuevas empresas y cree una extensa red de “mesas ejecutivas” para eliminar trabas. En suma, un plan de diversificación productiva.

Pero detengámonos un momento a analizar la premisa. ¿Quién se está desindustrializando? ¿Acaso Turquía, el país natal del profesor Rodrik? No. Las estadísticas de la OECD dicen que la manufactura creció más de 30% entre el 2010 y el segundo trimestre de este año. ¿El resto de Europa? Tampoco. En el conjunto de los 19 países europeos que forman parte de la OECD, la producción industrial aumentó 10% en ese mismo lapso. En los Estados Unidos, 9%; en Canadá, 13%. Fuera de la OECD, el crecimiento de la producción industrial fue de 20% en Rusia y 19% en la India, por poner nada más dos ejemplos. 

En el Perú, la industria manufacturera no ha tenido últimamente sus mejores años, pero sigue siendo el sector más importante de la economía. En términos de valor agregado –la diferencia entre lo que se vende y lo que se compra a otros sectores– es más grande que la minería y más grande que la construcción, la agricultura y la pesca juntas. En una perspectiva de más largo plazo, su crecimiento no ha sido despreciable en absoluto: casi 4% al año desde que se comenzó a reducir los aranceles en 1990. 

Nada indica que la industria peruana no pueda seguir creciendo y creando empleo en los próximos años. Las mesas ejecutivas que propone el profesor Rodrik para identificar las trabas que afectan a las distintas industrias, como la forestal o la acuicultura, y desregularlas pueden ayudar, pero no van a causar un “boom” industrial. Lo que se necesita desregular es el mercado laboral, que afecta a todas las industrias y sectores; y más específicamente, se necesita desregular el despido.

Rodrik sabe que tenemos un régimen muy restrictivo y que es necesario flexibilizarlo. Pero lo que propone al respecto es absurdo: negociar con el sector privado para que, a cambio de una flexibilización de las normas, se comprometa a crear más empleo. A menos que se trate de un compromiso meramente declarativo, terminaríamos en lo mismo. Si cada vez que un empresario crea un empleo se va a ver obligado a mantenerlo indefinidamente, pensará dos veces o tres si le conviene crearlo. 

La flexibilidad del despido crea un riesgo para el trabajador, pero multiplica las oportunidades de empleo. Y lo más importante es que facilita la contratación por parte de quienes tienen mejores habilidades para dirigir el trabajo de otros. No todo el mundo es un buen empresario; por eso los informales no son, en general, tan productivos. Los que saben dirigir pronto alcanzan una escala que los obliga a ser formales, pero, tal como están las leyes que limitan el derecho al despido, esa misma formalidad hace difícil que contraten más gente.