Desde hace una semana, por primera vez, existe una estadística oficial del número y de la actividad de las empresas informales. Es buena ocasión, entonces, para recordar el descubrimiento del fenómeno de la informalidad.
En 1985, el Instituto de Libertad y Democracia (ILD), recién creado por Hernando de Soto, publicó el breve ensayo “Algunas consideraciones preliminares acerca de la informalidad en el Perú”. El concepto de la informalidad no era nuevo. En 1972 la Organización Internacional del Trabajo (OIT) había publicado un informe sobre Kenia que llamó la atención sobre la existencia de un dinámico “sector informal” de pequeños empresarios que no contaban con permisos de trabajo ni pagaban impuestos ni cumplían otras normas. Pero que, a la vez, era motivo de optimismo: “El sector informal no es un problema, sino una fuente del crecimiento futuro de Kenia”.
Sin embargo, ninguna de las investigaciones que precedieron al ILD, en varios países, logró un impacto intelectual y político comparable al que produjo la publicación ya finalizada del estudio del ILD en 1986, con el título “El otro sendero”. Ese impacto debe atribuirse al acierto analítico, pero también a la calidad narrativa del libro (elogiada nada menos que por Mario Vargas Llosa, quien prologó y publicitó el libro). A diferencia de otros estudios de la informalidad, “El otro sendero” elaboró una ambiciosa tesis explicativa, centrada en el exceso de legalismo y déficit de democracia. Además, su interpretación aterrizaba en el terreno del quehacer del gobernante mediante un estudio de los costos de las barreras burocráticas, dándole así un sentido práctico poco usual en el mundo de la academia.
A esas virtudes se sumó una coincidencia política que contribuyó mucho a la atención que recibió “El otro sendero”. La publicación se dio en una década marcada por el terrorismo en el Perú y por un giro hacia la derecha en el mundo. Los nuevos líderes políticos, Ronald Reagan en Estados Unidos, Margaret Thatcher en Reino Unido y Helmut Kohl en Alemania tenían recetas para sus países, pero para ellos los países en desarrollo eran un misterio. La atribución de la pobreza al exceso de burocracia y a la falta de la libertad económica propuesta por “El otro sendero” llenó ese vacío.
Con el pasar del tiempo, es más fácil distinguir las virtudes y las debilidades del libro. Curiosamente, la teoría es más aplicable a la pobreza urbana que a la rural, donde el problema es menos la presencia agobiante del Estado que su ausencia.
Años después, el ILD publicó un segundo libro, “El misterio del capital”, en el que el énfasis puesto en la simplificación burocrática por “El otro sendero” pasa ahora a la formalización de la propiedad, con el argumento de dar acceso al crédito para los pobres, incluido esta vez el campesino. Las dos recetas siguen teniendo vigencia, pero su fuerza explicativa queda recortada por la magnitud de la reducción reciente de la pobreza, a pesar de la poca simplificación de trámites o formalización de propiedades. El microcrédito, además, ha crecido masivamente sin mucha titulación, tanto que el problema actual resulta siendo más el sobreendeudamiento del pequeño empresario que el no acceso. En realidad, nuestro mundo es más una gama de grises, en términos de grados de informalidad, que un mundo reducible al blanco y negro.