Todos los 28 de julio el presidente de turno ofrece su llamado mensaje a la nación en el Congreso de la República. Sin embargo, hay una diferencia significativa entre dar un mensaje a la nación y hacer un informe a la nación. Informar a la nación acerca del curso del gobierno significa hacer un repaso de cifras, planes y resultados de cada uno de los sectores. Eso es lo que ha hecho Ollanta Humala en su último discurso ante el Congreso. Durante un poco más de una hora se han revisado números y porcentajes de sus programas sociales bandera. Se han mencionado los kilómetros de carretera construida y por construir. Se ha hablado de gas barato, de irrigaciones y ciudades planificadas, de gasoductos y obras por impuestos. Se dedicaron escasos 10 minutos al tema de la seguridad ciudadana, la principal preocupación de los habitantes, y se cerró con una revisión de temas internacionales. En fin, mucho se dijo, pero poco por recordar.
Resumir los logros del gobierno es necesario pero no suficiente. Barack Obama dijo en el último mensaje del Estado de la Unión que esa noche quería centrarse menos en una lista de propuestas y enfocarse más en los valores que están en juego a la hora de tomar las decisiones. La tenía clara: para que un informe a la nación se convierta en un mensaje a la nación tiene que tener pocas cifras y más una visión de futuro, del porvenir que el gobernante vislumbra y para el cual le hemos dado el mandato. Un mensaje, pues.
El último discurso de Humala empezó bien. Trató de darle un rostro y una narrativa a lo mejor de su gobierno: el sector educación. Conocimos un poco de las historias de una joven que se está esforzando por educarse y de un maestro que contra toda adversidad se empeña en el apostolado de las aulas. Luego de eso, señaló otro aspecto positivo de su gobierno: los programas sociales por los que querrá ser recordado. Hasta ahí parecía un discurso redactado por un tecnócrata con corazón. Uno que sabía que la frialdad de un plan operativo tiene que emparejarse con la calidez de las emociones humanas. Hacia la mitad, el matiz humano se fue difuminando y fue tomando protagonismo el pragmatismo de las cifras. Hacia el final, el tecnócrata duro prevaleció. No vimos más rostros, no entendimos ninguna narrativa, solo se derramaron cifras para llenar una hoja de cálculo. En el cierre, Humala nos brindó un tímido mensaje respecto a unir a un país fragmentado. Un bit de visión de país.
Un discurso ideal combina pocas cifras, las necesarias, con una discusión del gobernante del por qué se está llevando a cabo los planes que se mencionan. La selección de qué mencionar y qué no mencionar es también un indicativo de la gestión del mandatario. Sobre lo que Humala mencionó, parece que el horizonte del mandatario está centrado en el 2016 y más allá es ‘terra incognita’. Sobre lo que no mencionó, en mi opinión, el tema de los desastres naturales fue una oportunidad perdida. Era necesario hacer un mea culpa por los afectados por el friaje y a partir de ahí que el gobierno se proponga un plan que mitigue los riesgos de un gran Fenómeno de El Niño que se está pronosticando.
Finalmente, en su último discurso pudo mencionar el próximo proceso electoral y mandar un mensaje a los candidatos a sucederlo para que no desarmen lo poco bueno que se ha hecho. Una advertencia de este tipo le hubiera dado un poco de dignidad a un gobernante marcado por la debilidad.