El 1 de mayo, ‘Chabelita’ se convirtió en ‘Chabela’. Perdió el cariño de sus examigos. Para sus antiguos aliados políticos, ese día Isabel Cortez pasó de ser una combativa congresista de izquierda a un símbolo de la incongruencia política. Su criticable falta de coherencia, sin embargo, también la hizo blanco de ataques e insultos de todo calibre.
Para sorpresa y decepción de todos aquellos que alguna vez simpatizaron con ella, la fiel defensora de Pedro Castillo, la crítica acérrima de Dina Boluarte, apareció radiante y sonriente en Palacio de Gobierno. La parlamentaria recibió la Orden del Trabajo de manos de la presidenta a la que hace poco había calificado de encubridora de violadores de derechos humanos. ‘Chabelita’ –una de las firmantes de la moción de vacancia contra la mandataria– le puso el broche de oro a su inconsistencia fundiéndose en un fuerte abrazo con Boluarte.
Quienes callaron cuando Isabel Cortez apañaba a ‘Los Niños’ o justificaba las reuniones clandestinas de Pedro Castillo en Sarratea, utilizaron las redes sociales para dar rienda suelta a todo tipo de exhibiciones de rudeza verbal en contra de la heroína caída.
Pero así como hay quienes traicionan su propio discurso por una condecoración, hay quienes lo hacen por un ministerio, cargos públicos para los amigos o simple cálculo político. Sin justificar la incoherencia de una congresista que un día acusa a la presidenta de utilizar las instituciones para perseguir a sus opositores y al otro la abraza feliz, es válido también apuntar las pasadas contradicciones de quienes la han criticado.
“Las traiciones de quienes privilegian sus ‘carreras políticas’ individuales utilizando plataformas, luchas y sueños colectivos son muy dolorosas”, escribió ese día Verónika Mendoza. Algunos podrían decir que fue más bien Mendoza la que buscó privilegiar su carrera política cuando, hace unos años, intentó formar una alianza con Vladimir Cerrón y Gregorio Santos, ambos condenados por corrupción. Cabe recordar que, en aquel entonces, el único de los tres que contaba con un partido inscrito apto para participar en elecciones generales era Cerrón.
“No se abraza a los asesinos del pueblo. No es una condecoración lo que recibes, es una sentencia frente a la clase trabajadora”, pontificó el congresista Guillermo Bermejo. Se trata del mismo parlamentario que el año pasado publicó orgulloso una foto suya abrazando al dictador nicaragüense Daniel Ortega, quien no es precisamente un paladín de la defensa de los derechos humanos.
“La mayoría de gente asesinada por este régimen que ahora abrazas eran trabajadores. Que no se te olvide que la clase trabajadora tiene necesidad de justicia y respeto y no de migajas”, le espetó Mirtha Vásquez, ex primera ministra de Pedro Castillo. Cuando el escándalo por las reuniones secretas de Castillo en Sarratea acorralaba al gobierno anterior, Vásquez anunció el compromiso del entonces mandatario de hacer pública la relación de visitantes a la casa de Breña. Un mes después, la jefa del Gabinete dijo que la lista no existía porque elaborarla no era la función del presidente. Finalmente, cuando ya estaba alejada del cargo, reveló que la lista no se dio a conocer por una estrategia de los asesores legales de Castillo.
Como era de esperarse, luego de la avalancha de ataques de sus detractores, Cortez contragolpeó: “¿Quién es Mirtha Vásquez? ¿Quién es Verónika Mendoza? Ellas critican desde su confort”, respondió, iniciando así un nuevo capítulo de las ya tradicionales peleas internas de miembros de la izquierda peruana.
La derecha, mientras tanto, mira sentada y come canchita.