Javier Milei arrasó al peronismo en las elecciones argentinas. Ganó por 11 puntos y en casi todos los distritos electorales. Recibió el apoyo de jóvenes y de todos los segmentos sociales pero, sobre todo, de los menos pudientes.
Más llamativo aún es que lo hizo con un mensaje que, por primera vez en casi 80 años, no propuso simplemente ajustar el sistema corporativista que impuso Juan Domingo Perón, sino desmontarlo por completo por ser empobrecedor e inmoral. De manera clara, Milei propuso un cambio de paradigma: regresar a Argentina a la tradición liberal clásica que hizo de ese país uno de los más ricos del planeta hace un siglo.
Sus discursos se centraban en la importancia de la libertad, perdida hace tiempo bajo un Estado Argentino sobredimensionado. Su definición del liberalismo, que la tomó prestada de quien llama el “prócer” del liberalismo argentino, Alberto Benegas Lynch (hijo), la repitió durante toda la campaña ante el público nacional: “El liberalismo es el respeto irrestricto del proyecto de vida del prójimo basado en el principio de no agresión, y en la defensa del derecho a la vida, la libertad y la propiedad privada”.
Guiado por esa visión, Milei plantea achicar el Estado y ampliar el papel del sector privado y todo lo que sea la sociedad civil. En la práctica, propone una reducción significativa del gasto público y de los impuestos; la dolarización y la eliminación del banco central; el libre comercio; la eliminación de trabas burocráticas; la reforma administrativa que incluye una reducción importante de ministerios; la flexibilización laboral; y la reforma educativa que incluye la competencia y un sistema de “vouchers” educativos, entre otras reformas.
¿Podrá cumplir esta agenda tan ambiciosa? No le será fácil. La economía está en crisis y el gobierno saliente ha dejado una bomba de tiempo que le explotaría a cualquier gobierno entrante. Argentina tiene una inflación anual por encima del 140%, un déficit fiscal que supera el 5% del PBI, pobreza por encima del 40% de la población, un banco central en la bancarrota, tasas de interés de más del 130%, un máximo histórico de deuda del gobierno y un decrecimiento económico. Cualquier ajuste económico, que incluirá subidas significativas de tarifas, será duro.
Además, Milei no cuenta con el apoyo del Congreso. Su partido solo tiene 38 diputados en una cámara de 257 diputados. De los 72 senadores, solo siete son de su partido. Su posible coalición tampoco llega a tener una mayoría en la Cámara de Diputados o en el Senado. Milei tiene un mandato popular e intentará usarlo para promover su agenda, pero se da por sentado que la oposición pondrá trabas en la legislatura, en las cortes y en las calles. No podrá, por lo tanto, lograr buena parte de lo propuesto. Pero sí podrá hacer cambios importantes. Puede derogar algunas regulaciones del gobierno previo. Puede liberar precios por decreto y, en su momento, liberalizar el flujo de capital internacional. Puede eliminar algunos subsidios y recortar ministerios por decreto.
¿Podrá realizar la reforma económica central que propuso en campaña; es decir, reemplazar el peso con el dólar? Eso también tendrá que pasar por el Congreso, pero a medida que empeora la crisis económica, esa reforma se volverá más políticamente viable. Tal como reconocen Milei y su equipo, la dolarización es una reforma fundamental porque forma la base para hacer otras reformas necesarias, elimina la política monetaria irresponsable y pone ciertos límites a la política fiscal imprudente.
Si Milei tan solo alcanza la dolarización, será un gran logro. Lo que ya logró Milei, sin embargo –articular una alternativa liberal clara al peronismo con apoyo popular y éxito electoral–, representa un avance enorme y, quizá, finalmente, un cambio social significativo en un país que tiene todo para ser grande otra vez.