Jean Tirole, un profesor de la Universidad de Toulouse, recibe este año el Premio Nobel de Economía. Tirole ha tenido y tiene una enorme influencia en las nuevas generaciones de economistas. Ha publicado decenas de artículos sobre temas diversos en las revistas más prestigiosas de la profesión. Su libro de texto sobre la organización industrial (la rama de la economía que estudia el comportamiento de las empresas en el mercado) es uno de los más usados en los programas de doctorado. Méritos, ciertamente, no le faltan.
Pero en otro sentido su elección es decepcionante. El premio se le otorga för hans analys av marknadsmakt och reglering, como ha dicho la Academia en perfecto sueco: por su análisis del poder de mercado y la regulación. Tirole es de los que piensan que es posible diseñar una regulación a la medida de cada tipo de actividad para combatir el poder de mercado y alcanzar objetivos de política pública que están perfectamente bien definidos en la pizarra, pero no tanto en la realidad.
¿Qué es el poder de mercado? En las condiciones idealizadas de aquello que los economistas llaman competencia perfecta, el precio de un producto es igual al costo de producción más una ganancia mínimamente aceptable. Ninguna empresa tiene poder de mercado porque ninguna puede cobrar un precio distinto. Si cobra menos, pierde plata; si cobra más, pierde a todos sus clientes. Pero cuando hay una sola empresa en el mercado –el caso del monopolio– o un número limitado de empresas –el oligopolio–, que además venden productos diferenciados en cuanto a calidad, presentación, etc., aparece el espectro del poder de mercado. Las empresas pueden subir sus precios sin necesariamente quedarse sin clientes, y de esa forma consiguen aumentar sus utilidades.
Tirole ha dedicado su carrera académica a detectar las múltiples manifestaciones del poder de mercado y a idear maneras de controlarlo mediante la regulación y las políticas de defensa de la competencia. Sus investigaciones van tras la última gota de ineficiencia del sistema económico, tras el último centavo en exceso de las utilidades que se supone debería ganar una empresa en un mercado competitivo; lo cual puede llevar sus propuestas al extremo de pedir que se regule también las actividades donde no hay poder de mercado. En un afamado libro sobre la regulación de las telecomunicaciones, propone que no solamente se regule los precios de acceso a la red que la empresa propietaria de la misma cobra a sus competidores, sino además aquellos de otros servicios en los que sí hay competencia, como las llamadas de larga distancia y la telefonía móvil.
En nuestra opinión, el punto de partida de toda esta línea de investigación es erróneo. Hay menos poder de mercado en este mundo del que suponen economistas como Tirole. No se puede negar que las empresas tratan de defender su mercado, de diferenciarse para limitar el número y la efectividad de sus competidores. Pero esos esfuerzos se enfrentan constantemente a los de otras empresas que están en el mismo afán. Las ventajas son efímeras, a menos que estén sustentadas en beneficios cada vez mayores para el consumidor. La cuestión no es cómo regular mejor para controlar el poder de mercado, sino cómo regular menos para que nuevas empresas, nuevas tecnologías y nuevos modelos de negocio desafíen a los existentes.