“Mientras tanto, en Apurímac, Ayacucho y Moquegua [en la imagen] no había oficialmente ningún muerto (ni lo hay hasta el momento de escribirse esta columna)”. (Foto: Archivo).
“Mientras tanto, en Apurímac, Ayacucho y Moquegua [en la imagen] no había oficialmente ningún muerto (ni lo hay hasta el momento de escribirse esta columna)”. (Foto: Archivo).
Iván Alonso

Desde dentro y desde fuera del Gobierno hemos escuchado opiniones según las cuales los sucesivos “martillazos” . De ahí no se sigue, sin embargo, que hubiera tenido que levantarse la cuarentena el domingo pasado. Quizás fuera cuestión de seguir martillando. Tampoco se sigue que había que mantenerla. El clavo podría torcerse y romper la madera. Antes de sacar una conclusión, debemos tratar de entender qué es lo que se ha conseguido hasta ahora.

El más crudo de los indicadores, el crecimiento del número de casos detectados, la curva, como se la llama, nos dice que, durante el primer martillazo, del 16 al 29 de marzo, la tasa de crecimiento era de 20% por día, en promedio; durante el segundo bajó a 17%; durante el tercero, a 10%; y durante el cuarto, hasta el 8 de mayo, día en que se anunció la más reciente extensión de la cuarentena, a 7%. Quizás se habría aplanado más rápido si todos hubiéramos respetado escrupulosamente las reglas, pero no se puede decir que el martilleo no ha funcionado.

Los casos detectados no son, sin embargo, el mejor indicador de la propagación del virus porque dependen del número de pruebas (pruebas que, además, tendrían que hacerse aleatoriamente). Fijémonos, entonces, en el número de muertes. Esta segunda curva se ha aplanado a la misma velocidad que la primera. La tasa de crecimiento diario era mayor a 20% durante el primer martillazo, 19% durante el segundo, 10% durante el tercero y 7% durante el cuarto (otra vez, hasta el 8 de mayo).

Pero la situación no es la misma en todo el país. En Lima se alcanzó un pico de 54 muertos el 1° de mayo. Una semana después, ese número había bajado a 17. Lambayeque, Piura, Áncash, La Libertad, Loreto y Ucayali no daban la impresión de haber alcanzado un pico todavía. Mientras tanto, en Apurímac, Ayacucho y Moquegua no había oficialmente ningún muerto (ni lo hay hasta el momento de escribirse esta columna). En Cuzco, Cajamarca, Pasco y Madre de Dios no ha habido muertos desde el mes de abril. Tampoco en Huancavelica, a pesar del retorno de cientos de personas a ese departamento hace unas semanas.

Por otro lado, si uno ordena los departamentos de mayor a menor, según el número de muertes, puede ver que ese ránking no ha cambiado mucho desde mediados de abril. El 70% de las muertes por ocurre en Lima, Lambayeque y Piura. Otro 20% a 25% ocurre entre Áncash, El Callao, Loreto, La Libertad, Ica y Ucayali. Los 16 departamentos restantes dan cuenta del 5% de las fatalidades. La misma estabilidad se observa en el ránking de casos confirmados por departamento. El virus no parece estar viajando de uno a otro. El único que ha escalado notoriamente en este último ránking es Huancavelica, pero, como ya hemos dicho, eso no ha significado que haya más muertos allí.

En resumen, con la información que era de conocimiento público el 8 de mayo, el Gobierno podría haber levantado la cuarentena en varios departamentos del centro y del sur del país, manteniendo quizás ciertas restricciones, entre ellas la prohibición de los viajes interprovinciales. Siempre es posible restablecerla si la situación empeora. No hay necesidad de esperar hasta el final de este quinto martillazo ni menos, si acaso, hasta un sexto para dejar que la vida y la actividad económica vuelvan poco a poco a la normalidad.