La situación que está atravesando el Perú es durísima. Ya vamos cinco meses de cuarentena y son pocas las ocasiones en las que la situación ha mejorado con respecto a la semana anterior. Pero los hechos son los hechos y el optimismo, cuando se construye negándolos, sirve tanto como una estampita para enfrentar un tsunami.
A estas alturas está clarísimo que la larga y dura cuarentena fue ineficaz para evitar la propagación de la epidemia. Que el error no estuvo en ordenarla, sino en insistir en ella cuando su ineficacia ya era evidente (donde funcionó, como en Nueva York, España e Italia, el número de infectados llegó a su pico 20-25 días después de iniciada; aquí esperamos varias veces ese período para plantear medidas alternativas). Por otro lado, el hecho de que hayamos alcanzado el récord mundial de muertes por habitante y de que el presidente haya vuelto a decretar toque de queda los domingos (una medida que no redujo los contagios cuando se implementó, y que ha generado aglomeraciones donde ya no las había) revela, claramente, que el Gobierno no tiene idea de qué más hacer.
El estado de la economía es un reflejo de esta misma situación: una de las contracciones más severas del mundo y un Gobierno sin ideas para sacarnos adelante. Por el lado del empleo, a pesar de que la reapertura ha mitigado en algo su caída, en Lima Metropolitana dos millones de personas han perdido su trabajo desde el inicio de la cuarentena. Y, sin embargo, siguen sin plantearse medidas de apoyo al mercado laboral. El Ministerio de Economía (MEF), que debería liderar el esfuerzo, se ha puesto de perfil (como si las metas de empleo no formasen parte de los objetivos de cualquier política económica).
Por el lado de la producción, no es posible prever una rápida recuperación. La demanda del resto del mundo está muy golpeada y la severa caída en el empleo ha generado una tremenda contracción en la demanda local. Además, muchas empresas siguen enfrentando problemas (brotes epidémicos, falta de insumos) para reiniciar operaciones. Es muy probable que este año la caída del PBI ronde el 15%. Y si el 2021 recuperamos la mitad de esta pérdida (una expectativa optimista pero factible), no alcanzaríamos los niveles previos a la pandemia hasta finales del 2022.
Por el lado de la política fiscal, en los próximos días el MEF deberá publicar sus proyecciones para los siguientes tres años. Debió haberlo hecho en abril, pero la ministra de Economía argumentó que “no era responsable hacerlo” debido a la incertidumbre imperante (una afirmación poco creíble, más aún cuando el FMI, el Banco Mundial, la Cepal y todas las consultoras económicas serias han publicado pronósticos sobre el crecimiento de la economía peruana. ¿Son irresponsables por hacerlo?). La caída en los ingresos tributarios es particularmente preocupante, pues puede afectar la capacidad del Estado para promover el crecimiento durante los siguientes años.
En una columna publicada apenas se decretó la cuarentena, sostuve que el Perú tenía las fortalezas económicas para enfrentar una crisis como esta, pero que ellas solo mejorarían nuestra vida si eran usadas con inteligencia y responsabilidad. No ha sido así y, por ello, estamos sufriendo más dolor, más angustia y más hambre que los necesarios. Esa es la dura realidad.