Gonzalo Ramírez de la Torre

Hasta el 26 de enero, el Ministerio de Economía y Finanzas estimaba las pérdidas económicas causadas por la conflictividad social de los últimos meses en S/2.425 millones. Asimismo, un informe publicado en este Diario por el Instituto Peruano de Economía (IPE) ha revelado que, en las regiones afectadas por las , la inflación ha tocado un máximo en 15 años.

En las áreas donde la violencia y la vocación chantajista de las movilizaciones es más evidente reina la escasez. En . Al mismo tiempo, miles de familias tienen dificultades para llevar comida a sus hogares por el alza de los precios. En Cusco, para mediados de enero, el 90% de las reservas turísticas se había cancelado por las protestas y miles de trabajadores vinculados al sector (entre guías turísticos, agentes de viaje, taxistas y empleados de hoteles y restaurantes) se han quedado sin sustento.

Si a todo lo anterior se suman otras crisis que han golpeado los estómagos peruanos en los últimos tiempos, como las sequías y la escasez de fertilizantes (el 14 de diciembre del 2022 la Asociación de Gremios Productores Agrarios del Perú aseguraba que las pérdidas en la agroexportación ya alcanzaban para esa fecha los US$100 millones), es evidente que existe una porción hambrienta de la ciudadanía que ya está harta de todo. En especial de las protestas y sus participantes, que vienen siendo la gota que ha derramado el vaso.

Frente a esto, y en tiempos de polarización política, conviene preguntarse: ¿Quién le habla a este grupo de peruanos? ¿Y a quién le creen?

La se afanará por decir que son ellos los que mejor pueden canalizar las necesidades e inquietudes de este sector. Pero la verdad es que “el culto al protestante” que han venido practicando, sobre todo cuando está claro que la principal herramienta de las manifestaciones ha sido la violencia y el crimen, termina por alienar a los peruanos que han visto su día a día perjudicado por el vandalismo y los bloqueos. El foco de la izquierda en impulsar las marchas los ha puesto de espaldas a los que las están padeciendo, de los que han estado atrapados en una carretera, de los que han visto a sus seres queridos morir en una ambulancia que nunca pudo llegar a su destino. De los que simplemente quieren trabajar.

En esa misma línea, no se puede insultar a la inteligencia de los más vulnerables y asumir que el caos, incompetencia e indolencia del gobierno de serán pasados por agua tibia. En fin, ¿qué hizo por los más pobres la administración del humilde campesino elegido por un partido marxista-leninista? Fue un régimen marcado por la mediocridad y la falta de sensibilidad de sus miembros. Así, en marzo pasado, Aníbal Torres mandaba a comer pescado a los que no podían comprar pollo y, en sus últimos meses, la administración fracasó una y otra vez a la hora de comprar fertilizantes.

La izquierda puede bastardear a su creación todo lo que quiera, pero seguro serán pocos los que le sigan la corriente. Y su rol en las protestas deja poco espacio para la imaginación.

¿Se abre, entonces, un espacio para la derecha? Se podrían utilizar las paralizaciones como ejemplos gráficos de la importancia del libre comercio, de la inversión y del turismo. Se podría machacar el hecho de que todo lo que hemos vivido en los últimos meses es culpa de la izquierda (sobre todo de Castillo). También se podría resaltar cómo la incompetencia de los gobiernos regionales ha privado a tantos de tener acceso a servicios básicos. Pero la verdad es que el analfabetismo político de nuestra derecha (fácilmente distinguible a través de su paso por el Congreso) hace difícil imaginar que puedan capitalizar esta situación.

Pero lo seguro es que la venganza de los hambrientos se materializará en las próximas elecciones. La pregunta es cómo.