El 2019 fue, sin duda alguna, el mejor año en la historia de la humanidad. Es así a pesar de los grandes retos que todavía enfrentamos. Esto se debe a avances tecnológicos, médicos, de política pública, y de todo tipo de innovaciones que se dieron en el 2019 y en años recientes, todas las cuales han ido mejorando el bienestar humano. Veamos ejemplos.
En el 2019, investigadores en la Universidad de Tel Aviv descubrieron un tratamiento de 14 días para curar el cáncer pancreático, uno de los más letales. Hace unos meses, distintos científicos anunciaron una vacuna nueva para el ébola y un tratamiento nuevo para la fibrosis cística. Con el uso de la inteligencia artificial, un proyecto apoyado por Bill Gates logró concentrar la energía solar a tal intensidad que se podría usar para producir bienes que típicamente dependen del uso de combustibles fósiles. Otros científicos crearon una “hoja artificial” que convierte el dióxido de carbono en un combustible alternativo a aquellos que crean gases de efecto invernadero.
Tales ejemplos se pueden multiplicar y, dado que el progreso es acumulativo, las mejoras en el estándar de vida del 2019 obviamente dependen de los avances de años anteriores. Si miramos un poco más atrás, podemos ver qué tanto hemos avanzado en relativamente poco tiempo.
Tan solo en diez años, se ha reducido la mortalidad infantil en el mundo en desarrollo en 25%, ha aumentado la expectativa de vida en varios años, ha caído la pobreza extrema de 18,2% en el 2008 a 8,6% en el 2018, han aumentado la escolaridad y el alfabetismo a sus niveles más altos, y han decaído notablemente los casos de muchas enfermedades como la malaria.
En términos de bienestar humano, los pobres del mundo están alcanzando a los más ricos. Por eso, las Naciones Unidas observa en su último “Informe sobre el desarrollo humano” que “la brecha en estándares de vida básicos se está reduciendo, con un número sin precedente de personas alrededor del mundo escapando de la pobreza, de la hambruna y de las enfermedades”.
El progreso se debe en buena parte al aumento notable de las libertades civiles, políticas y económicas a escala global durante las últimas tres décadas. Esa extensión de libertad —en sí una forma de progreso— ha hecho posible el aumento notable de riqueza que ha experimentado el mundo, y especialmente el mundo en desarrollo. Esto ha hecho posible también la innovación tecnológica de los últimos veinte años que ha revolucionado nuestras vidas. Ejemplos de esto son los teléfonos inteligentes, You Tube, Facebook, buscadores en Internet como Google, Google Maps, Skype, autos eléctricos para uso público, investigaciones con células madre, el proyecto del genoma humano, y mucho más.
Nótese que esas innovaciones se dieron en los países libres pero que han sido aprovechadas por toda la humanidad, incluso por los más pobres, para fines educativos, personales, empresariales y demás.
El progreso no es inevitable y nada de esto sugiere que deberíamos ignorar los grandes problemas de nuestros tiempos. Pero poner las cosas en contexto ayuda a no caer en el pesimismo. Acierta Steven Pinker al observar que “el progreso no es magia […] Este no significa que todos estén supremamente felices. No significa que todo mejora para todos en todas partes todo el tiempo […] Eso no es el progreso. La cuestión es que por muy mal que estén las cosas ahora, ¿estaban peor en el pasado?”.
Tenemos muchos motivos para ser optimistas sobre el presente y el futuro de la humanidad. Esto requiere prestar atención a los hechos y seguir trabajando para mejorar nuestras condiciones. Por todas estas razones espero y deseo que el 2020 sea todavía más próspero que el 2019.