lideró por 497 días un Gobierno que empezó, se desarrolló y terminó en caos. Y aunque pueden existir múltiples actores responsables por la crisis que el país todavía padece, solo se puede identificar a un culpable: Castillo.

Y el profesor chotano devenido dictador nos ha dejado varias lecciones que los peruanos no debemos olvidar. Aquí cuatro.

Si habla como tirano, camina como tirano y se comporta como tirano, entonces es un tirano: Desde la campaña Pedro Castillo demostró sus pulsiones autoritarias. Nunca las ocultó. Pero la izquierda peruana eligió patearlas debajo de la alfombra y enfocarse en el cuento de hadas condescendiente del maestro rural que llegaría a capitanear todos sus caballitos de batalla (como el de la asamblea constituyente) y a encarnar todas las reivindicaciones habidas y por haber. Así, mientras el candidato de Perú Libre prometía en mítines la desaparición del Tribunal Constitucional, la Defensoría del Pueblo y el Congreso de la República, políticos como Verónika Mendoza lo hacían firmar placebos en los que él prometía portarse bien y ellos, como demostró el paso del tiempo, garantizaban respaldarlo y guardar silencio cómplice.

Con sus antecedentes, que incluyen la imposición autoritaria y sin motivación de un toque de queda el 5 de abril del 2022 –que nadie obedeció y mereció una de las protestas más multitudinarias contra el régimen–, el intento de disolver el Poder Legislativo y reorganizar el Judicial no debía ser una sorpresa.

No hay chavistas democráticos: El intento de golpe de Estado de Pedro Castillo ayudó a que muchos izquierdistas transparentasen su preferencia por las dictaduras encabezadas por sus pares ideológicos. Aunque algunos condenaron la ruptura del orden democrático, muchos celebraron y luego defendieron al dictadorzuelo. Desde el 7 de diciembre, congresistas como Guido Bellido y Guillermo Bermejo, junto a personajes como Vladimir Cerrón y mandatarios extranjeros como AMLO, Gustavo Petro y Alberto Fernández, se han encargado de repartir mentiras para justificar las acciones de Castillo y colocar al victimario como víctima. Una línea que algunos opinólogos radicales han seguido con insistencia.

¡Quién hubiese pensado que los que en más de una oportunidad han apoyado satrapías como la cubana, venezolana y nicaragüense apañarían a un golpista en el Perú! Ojalá ahora sí tomemos en serio el desprecio de estas personas por la democracia y lo nocivo que es darles poder.

Nuestra Constitución es resiliente: En los últimos años, a pesar de que las crisis políticas han sido abundantes y frecuentes, la Constitución de 1993 ha resistido y las instituciones que el texto erige han reaccionado como debían. Tras el golpe de Estado de Pedro Castillo, el Parlamento pudo deshacerse de él con celeridad y las fuerzas del orden se allanaron al orden democrático arrestando al aspirante a autócrata. El problema no ha sido la Carta Magna, sino los que la han querido pisotear y los que han querido cambiarla a la fuerza.

Además, mientras el país arde, los fundamentos macroeconómicos que nuestra norma fundamental ampara han limitado el impacto del descalabro en nuestra economía. Más de un medio extranjero ha dado cuenta de su sorpresa por cómo el Perú no ha dejado de crecer a pesar de todos sus problemas. Una prueba más de que el mercado funciona mejor separado de los políticos y de que el modelo económico, como siempre, sigue cumpliendo con su papel mientras el Estado solo da vergüenza.

Hay mucho por hacer: Si algo demostró la elección de Castillo, y si algo se nota por ese 33% (Ipsos) que respalda el golpe, es que existen sectores de la ciudadanía que demandan mayor atención del Estado. A pesar del crecimiento económico, el sector público, corrupto y torpe, no ha logrado traducir nuestros impuestos en servicios básicos de calidad. Una realidad que pone en riesgo nuestro sistema democrático.

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