Omar Awapara

Hay mucha tela por cortar en el análisis de los resultados de las regionales y municipales de este año, y mucha información aún por conocer, pero algunas lecciones y conclusiones preliminares saltan a la vista. Varias de ellas ya han sido destacadas por diversos medios, y hacen énfasis en la distribución del voto, la disputa dispar entre movimientos regionales ys, o los liderazgos personalistas detrás del éxito de algunas campañas.

En anteriores columnas hice mención a la naturaleza hidropónica con la que analistas chilenos definían a sus partidos políticos (sin raíces en la sociedad), así que una manera de describir lo que vemos en nuestro país es explotar la analogía botánica. En particular, una conclusión del último proceso es que hay una distancia entre la política nacional y la subnacional que se vuelve muy aparente en elecciones regionales y municipales, pero que se reduce cuando los partidos políticos se vuelven atractivos nuevamente en campañas presidenciales y congresales.

Es una tendencia que se ha venido acentuando con el paso del tiempo. En los últimos 20 años, los partidos políticos nacionales han ido perdiendo viabilidad en comicios subnacionales, al punto de que, en esta última elección, los dos partidos que disputaron la segunda vuelta presidencial hace tan solo 16 meses han ganado casi nada. Es cierto que el fujimorismo florece especialmente en elecciones presidenciales y que tiene una pobre tradición edil, pero en esta ocasión no solo presentó un número reducido de candidatos, sino que incluso figuras con protagonismo gracias a su paso reciente por el Congreso, como Cecilia Chacón o César Combina, no recibieron más del 20% de los votos en sus distritos.

Perú Libre, por otro lado, no capitalizó su presencia en el poder, como bien anticipó Mauricio Zavaleta en estas páginas hace casi un año (“La Vanguardia”). Los resultados hoy demuestran lo acertado de su veredicto. Y a ellos habría que sumar Acción Popular, por cierto. Salvo Alianza para el Progreso, que parece haberse vuelto endémico como fuerza política en el otrora sólido norte, y la capacidad de adaptación de Somos Perú a diversos climas, los partidos políticos, como los que habitan hoy el Congreso, son como plantas colgantes, sin conexión con la tierra.

Es llamativo que en las regiones más grandes del país, como Arequipa o Piura, por nombrar dos, la presencia de partidos políticos nacionales sea virtualmente inexistente. Y como bien se preguntaba Gabriela Vega el lunes en este Diario, “si no tenemos información sobre los movimientos regionales hasta que son mencionados en un flash electoral, ¿podemos decir que conocemos la oferta política regional y local?”. Son plantas exóticas para un análisis y cobertura que refleja el centralismo limeño, y que, de cuando en cuando, descubre entre los candidatos a algún exalcalde o gobernador, o excongresista que prueba suerte por ahí, con una reacción similar al meme de Leonardo DiCaprio incorporándose en su sillón y apuntando al televisor.

Volviendo a lo esencial para terminar. Por los próximos cuatro años tendremos autoridades nacionales que no tienen vínculos aparentes (no digo ideológicos o programáticos) con las miles de autoridades elegidas en todo el territorio. Como respuesta, probablemente empecemos a ver redes clientelares o intercambio de favores que, como enredaderas, acercarán las plantas colgantes nacionales a lo que crece (incluyendo la mala hierba) en las regiones.

Y lamento el coro de voces que estaban prestas a gritar fraude en el caso de que su candidato perdiera. El daño que no pocos le siguen haciendo a la institucionalidad cuando los resultados no los acompañan es parte de una moda mundial que copian sin originalidad y que puede terminar para ellos, y para todos, con un tiro por la culata.

Omar Awapara es director de la carrera de Ciencias Políticas de la UPC

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