Algunos estadounidenses han visto en el triunfo abrumador de Boris Johnson la posibilidad de que el primer ministro británico se alíe con el presidente Trump, al estilo de Reagan y Thatcher, para liderar el mundo libre y hasta implementar reformas profundas de mercado. Lo dudo.
Lo más probable es que la elección británica represente la materialización de un realineamiento político –que ya había comenzado en ese país y que se ha venido dando en buena parte del mundo– en el que la identidad –y no el socialismo versus el capitalismo– es el tema político central. Así lo ve el historiador británico Stephen Davies. Según él, este tipo de reordenamiento político ocurre cada 40 años. El realineamiento político actual reemplaza al anterior donde el tema político central giraba en torno al grado de intervención económica que debe tener el Estado. Ese realineamiento se concretó con Thatcher y Reagan. Para Davies, la elección de Johnson prácticamente completa el nuevo esquema de poder político.
Los británicos rechazaron la plataforma socialista que propuso el Partido Laborista. Por eso, el candidato demócrata estadounidense, Joe Biden, advirtió a su partido acerca de moverse demasiado hacia la izquierda. Así como el Partido Laborista propuso una agenda radical de nacionalizaciones, aumentos enormes de gasto público y reorganización económica del país, los candidatos demócratas Elizabeth Warren y Bernie Sanders también promueven ideas económicas radicales.
Pero el rechazo del socialismo no significa el apoyo al libre mercado. De hecho, el Partido Conservador de Johnson también propuso un aumento en el gasto público –especialmente en salud, educación e infraestructura–, solo que no fue gigantesco como el de los laboristas. El Partido Conservador no propuso una agenda económica liberal, pero centró su campaña a favor del ‘brexit’, que se trata no solo de un tema económico sino también de identidad. Para muchos, el voto a favor del ‘brexit’ fue un voto a favor de la identidad nacional y muchos esperan mayores beneficios y protección económica al desligarse de las políticas comerciales de la Unión Europea. Eso explica en parte cómo los conservadores se ganaron los votos de buena parte de la clase trabajadora que durante generaciones votaban por el Partido Laborista.
Davies explica que la identidad se basa en la tensión entre el cosmopolitismo y el globalismo por un lado, y el nacionalismo y el enfoque cultural o étnico por el otro lado. En la política, los partidos conservadores se están convirtiendo en partidos nacionalistas y colectivistas, mientras que los otros partidos se están redefiniendo.
El comentarista británico-norteamericano Andrew Sullivan sugiere que Johnson podría haber mostrado una fórmula política exitosa para la derecha en Occidente: “No te disculpes por tu país y cultura; fortalecer las leyes de inmigración; aumentar el gasto público para los pobres y aquellos que ‘apenas pueden’; aumentar los impuestos sobre los más ricos y redistribuirlos entre los pobres; centrarse en la industria y nuevas viviendas; ignorar a quienes exhiben sensibilidad extrema ante prejuicios percibidos; y luchar contra el cambio climático”.
Sin duda, la agenda social progresista ha jugado un papel en este reordenamiento político. Sullivan lo explica de esta manera: “La teoría crítica de raza, género y ‘queer’ de la izquierda hace que las personas normales se pregunten de qué diablos están hablando y qué diccionario están usando. ¿Las clases trabajadoras blancas son privilegiadas? ¿Una mujer puede tener un pene? Al final, el dogma es tan loco y el lenguaje tan extraño, que estos votantes naturales de izquierda decidieron escuchar a alguien que realmente habla su idioma”.
Es muy parecido a lo que ocurre en EE.UU. y representa un reto para la democracia liberal.