A diario nos quejamos de la falta de liderazgo. El reclamo principal se dirige a las carencias presidenciales, pero la acusación es más general. Nos creemos un país carente de liderazgo a todo nivel, político, económico, deportivo, educativo, cultural y moral. La semana pasada hemos reclamado una reacción más vigorosa a la recesión económica, un mejor manejo de la Costa Verde, una mejor gestión de los problemas que enfrentan los productores de café y la pesca y, una vez más, una mejor gestión del deporte. Ante el déficit de directriz, hemos organizado concursos que identifican y premian casos de liderazgo, pero los premiados tienden a ser personas que han destacado más por sus logros individuales, como empresarios, innovadores o artistas, que por su demostrada capacidad para llevarnos de la mano hacia un mundo mejor.
Según Baltazar Caravedo, director del Centro de Liderazgo de la Universidad del Pacífico, el liderazgo es una relación, un proceso entre líderes y seguidores. Entenderlo es entender la dinámica entre sus dos partes: líder y seguidor son un binomio, cara y sello de la misma moneda. Quizá, entonces, la falla en el liderazgo podría atribuirse no a un déficit de líderes, sino de seguidores.
La hipótesis tiene alta aplicabilidad en la esfera política, donde, aparentemente, nadie quiere seguir a nadie. Padecemos una fragmentación extrema. Desaparecen los partidos. El transfuguismo se vuelve rutinario. Tanto a escala nacional como regional sobran los líderes espontáneos y abundan la ambición y el emprendedurismo político, multiplicándose las agrupaciones y los movimientos creados ad hoc para cada proceso electoral. Lo que escasea, más bien, son los valores que hacen al buen seguidor, el espíritu de cuerpo, la lealtad personal, la identificación grupal, la confianza mutua. Y escasea sobre todo la comunidad de valores, pegamento que da sentido a la lealtad política y a los partidos.
Otro aspecto de la fragmentación política es el desmenuzamiento y la individualización de la autoridad política, reflejados en la multiplicación de las instancias de gobierno. El fraccionamiento desordenado va mucho más allá de la creación de 24 regiones. A escala local elegimos a más de veinte mil autoridades políticas, entre presidentes, vicepresidentes, alcaldes, regidores, consejeros y presidentes de comunidades, y ni qué decir del número de aspirantes a esos cargos. Se trata de un ejército de “líderes” prácticamente sin vínculos o lealtades entre uno y otro. En la estructura de autoridad, cada caserío y anexo rural pide ser dueño de su vida. De las 6.300 comunidades campesinas que hay, apenas 800 existían cuando se hizo el censo de población de 1940, fraccionamiento que viene transformando la organización de la vida rural y contradiciendo la imagen de una continuidad milenaria. De igual manera, desde la Independencia, cada año hemos creado siete distritos.
Si faltan los buenos seguidores en la política, escasean aun más en la economía, donde la piedra de toque es la iniciativa individual. Adicionalmente, hoy descubrimos la importancia central de la innovación como determinante del éxito económico.
Es decir, el rechazo al seguimiento y la celebración más bien del camino propio. Al final, vamos descubriendo que, en cierta medida, el déficit de liderazgo es una opción. Si optamos todos por ser líderes, difícilmente habrá liderazgo.