"La realidad de los países pobres, sin embargo, hace que la cuarentena obligatoria del pueblo no tenga sentido". (Ilustración: Giovanni Tazza).
"La realidad de los países pobres, sin embargo, hace que la cuarentena obligatoria del pueblo no tenga sentido". (Ilustración: Giovanni Tazza).
/ Giovanni Tazza
Ian Vásquez

Las próximas dos semanas verán una explosión de la actual y muertes en el mundo en desarrollo. El Perú no será una excepción, pero sí evidenciará algo que ya está quedando claro: la política de la cuarentena ha fallado tras haber impuesto costos enormes a la sociedad y traído consigo pocos beneficios.

Se ha destruido la economía, pero no se ha detenido la enfermedad. La mayoría de los países ricos también han seguido esta política, pero lo hicieron con la estrategia de aplanar la curva de infectados para no abrumar a la infraestructura hospitalaria. Aun en esos casos, el confinamiento forzoso y generalizado es insostenible por sus enormes costos. Por eso, se está debatiendo si tales medidas extremas fueron efectivas en comparación con las alternativas.

La realidad de los países pobres, sin embargo, hace que la cuarentena obligatoria del pueblo no tenga sentido. La cuarentena, si funciona, solo pospone el momento en que la enfermedad contagia a una mayor parte de la población. Compra tiempo. Pero como observa el premio Nobel de Economía Angus Deaton, para los países más pobres, tal política “es probable que remueva el sustento sin mejorar la salud”. Si la infraestructura hospitalaria es muy deficiente, como suele ser el caso en los países pobres, tiene poco sentido destruir la economía y aplanar la curva, pues esa infraestructura se abrumará de todas maneras.

No se trata de valorar la actividad económica por sobre la vida de la gente. El confinamiento en sí y la paralización de la economía están poniendo en peligro las vidas de las personas. La pandemia ya iba a pegar fuerte a la economía, pero obligar a la gente a quedarse en casa y no trabajar empobrece más. Y la pobreza mata. Buena parte de la población que trabaja en el sector informal todavía tiene que salir a ganarse la vida para comer. Habrá menos dinero para atender necesidades médicas y demás, y habrá más muertes.

La cuarentena obligatoria parece estar causando un exceso de fallecimientos alrededor del mundo. El “Financial Times” hizo un análisis de las muertes en marzo y abril en 14 países comparando con el promedio de decesos en los cinco años previos. Encontraron un exceso de muertes de un 50% comparado con la tendencia histórica. Aproximadamente, la mitad de esa cifra corresponde a la totalidad de los casos reales de no cuantificados. El resto se debe a efectos secundarios.

Por ejemplo, la gente ha dejado de fijar citas médicas para otros problemas ya sea por miedo a exponerse al virus en los hospitales o por la falta de recursos para atenderse. Eso incrementa los fallecimientos debido a ataques cardíacos, influenza, cáncer, etc. En la provincia de Guayas, Ecuador, el exceso de muertes se encuentra 350% por encima del promedio histórico y muy por encima de lo que reportan las cifras oficiales de El exceso de decesos es de 51% en Holanda, 60% en Bélgica, pero solo del 12% en Suecia, donde el confinamiento no es obligatorio.

No debe haber duda de que también en el Perú las cifras reales son muy superiores a las oficiales. La cuarentena ha propagado la pandemia al forzar a la gente pobre a confinarse en lugares de alto hacinamiento, al alentar la movilización de cientos de miles de personas que ahora no tienen ingresos a zonas rurales y al imponer toques de queda que promueven la conglomeración en las pocas horas que no aplican. En un reporte reciente, Alfonso de la Torre y sus coautores muestran que las muertes en el Perú, a diferencia de otros países, siguen en aumento tras 50 días de confinamiento.

Esa política no funciona. Es hora de promover el distanciamiento voluntario y facilitar medidas más sensatas como el uso de mascarillas y la higiene básica.

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