José Carlos Requena

El presidente tiene una relación muy particular con las cámaras, aquel dispositivo que permite dejar constancia visual de diversos sucesos. Su más reciente referencia ha venido con un tono hostil, dirigido a hombres y mujeres de prensa que tienen el dudoso privilegio de seguir sus actividades.

“Volteen sus cámaras, enfóquenlos a ellos (los reservistas invitados a Palacio). A ver si los enfocan”, dijo el mandatario. Quizás vio poco movimiento entre los camarógrafos ante su soterrada orden –las que sí dirigen sus lentes hacia los invitados son las de la televisión pública–, porque casi de inmediato agregó: “Ya ven, esa es la prensa que tenemos. Está sesgada, está coludida para mentirle al país con un grupo de poder que no luchó por los verdaderos intereses del país”.

Esta percepción (de que los medios de comunicación mienten) no parece ser reciente en Castillo. Quizás ello explique la manifiesta voluntad por engañar cuando, en junio del 2017, el entonces líder sindical fingió una caída al ver que las cámaras de televisión se acercaban a cubrirlo. “¡Tírate! ¡Tírate!”, le decían sus colegas. Castillo obedeció y se dejó caer. ¿Resulta apropiado el uso de la conocida frase “el ladrón juzga por su condición”?

Otro episodio del presidente con las cámaras tiene ribetes criminales y corresponde a la intervención que realizó la fiscalía para intentar ubicar a Yenifer Paredes, la cuñada del mandatario. Como se recuerda, en aquel entonces se supo que –vaya sorpresa– se perdió justo la secuencia de imágenes que registraban los sucesos en Palacio de Gobierno de la intervención del 9 de agosto.

No se pudo escapar, en cambio, de las cámaras que grabaron sus sucesivas visitas a la casa de Sarratea. Eran los días en los que el mandatario utilizaba sombrero de día y gorra deportiva de noche. Días en los que no se registraban los nombres de sus visitantes, aunque parecían despacharse asuntos sensibles. Días en los que el momentáneamente fallecido (y aún prófugo) Alejandro Sánchez compartía, según dijo, algo de comida cajamarquina con el mandatario. Nostalgia provinciana le dicen.

Es que, en este tránsito del ubicuo y forzado del sombrero a la casual casaca que ahora suele usar en sus apariciones, el presidente parece seguir una cuidadosa administración de su imagen; sobre todo, después de las calamitosas entrevistas brindadas a limitados espacios de prensa nacional e internacional.

De aquel descalabro sus asesores deben haberse percatado de que, además de no responder, es mejor también manejar las tomas y las apariciones. Parte de aquel aprendizaje podría ser aquella anodina llamada de Castillo a Andrés Hurtado cuando ofreció una donación para pacientes con cáncer. “Miren las lágrimas”, repetía Hurtado, emocionado. Este fue el origen de una visita del animador en mayo y de una fallida donación, revelada entre agosto y setiembre.

Cuando buscaba cámaras como líder de una protesta, el hoy presidente estaba dispuesto a llegar a la impostura. Hoy, que detenta el poder, Castillo azuza a sus invitados y acólitos contra quienes cumplen una labor sacrificada que ya la semana pasada habían sufrido maltratos cuando se les impidió cubrir las reacciones del Gabinete a la denuncia de la fiscal Patricia Benavides.

El presidente Castillo y su entorno seguramente persistirán en su afán por limitar las cámaras o querer sujetarlas a su agenda de sobrevivencia. Una imagen vale más que mil palabras, al final de cuentas.

Pero difícilmente lograrán ocultar una realidad que cada día muestra con mayor claridad el perfil del régimen. Entre el autoritario llamado a coaccionar a la prensa y la mañosa selección de espacios amigos, el presidente parece querer rehuir a la democrática rendición de cuentas

José Carlos Requena es analista político y socio de la consultora Público

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