Se dice que alguien es positivo cuando visualiza el vaso como medio lleno. Por el contrario, cuando lo ve medio vacío, entonces es un pesimista. Sin embargo, las cosas no son tan simples. El contenido puede significar oportunidades de mejora, pero también de deterioro. Hay que recordar que tan relevante como el recipiente lleno o vacío es el que se esté llenando o vaciando. Por todo esto, emplear esta figura requiere criterio. Y esto es doblemente cierto si recordamos que nuestros anteojos profesionales e ideológicos prefieren ver solo lo que nos gusta ver.
Hoy la economía peruana crece. A julio el crecimiento real anualizado fue de 4,4%, cifra mayor a la proyectada por el Fondo Monetario Internacional tanto para la región (2,5%) como para el mundo (3,1%).
Quienes hoy hablan de recesión (y exigen el inmediato cambio de modelo) están patinando. A los otros países de la región (que optan por elevar sus impuestos y regulaciones, además de profundizar su aversión por el mercado y la apertura) les va peor.
Así, se vende la idea de que el crecimiento de la región está condenado a deteriorarse porque –como somos básicamente países exportadores de materias primas– se acabaron las demandas por nuestros productos y los crecientes influjos de capitales privados. Aquí nuevamente yerran. Primero, las demandas por nuestros productos y los influjos de capitales privados ni se han contraído severamente ni el comercio global ha dejado de crecer. De hecho, los precios de exportación peruanos persisten tres veces más altos que los registrados una década atrás y las tasas de interés estadounidenses aún se mantienen bajas.
Precisemos. América Latina registra retrocesos internos de política económica. Quien incremente la intervención estatal, quiera diversificar su economía desde un escritorio iluminado, controle el cambio, eleve impuestos o no respete sus reglas, la pasará de perros.
Por otro lado, el vaso económico peruano hoy no solo está medio lleno. Se está vaciando. Cuando la actual administración asumió sus funciones el crecimiento nacional bordeaba 9% anual. Hoy crecemos 5% menos y con inercia de mayor deterioro. La receta errada fue sencilla y popular: buscar el elusivo crecimiento con equidad. Ignorando la campana de Kuznets, este gobierno buscó la inclusión (inflando lo estatal) y obtuvo no solo menor crecimiento e inercia de decrecimiento, sino un menor ritmo de reducción de la pobreza.
Con esta visión política, algunas cosas empeoraron. Pasamos de una brecha en cuenta corriente externa moderada (2,9% del PBI) a otra en expansión, que ya supera el 5% del PBI. El gasto anualizado del gobierno central se infló en 40% en dólares y la inversión privada pasó de crecer a un ritmo real anualizado de 21% a casi cero. La clave fue más controlismo y trabas burocráticas, con dólar administrado o controlado incluido.
Para que el vaso se vuelva a llenar, se requiere reconectar el modelo (elevar competitividades inversoras y exportadoras). Ni sirve mantenerlo disfuncional ni –peor aun– abandonarlo.