El mejor de los mundos, por Franco Giuffra
El mejor de los mundos, por Franco Giuffra
Franco Giuffra

Seguramente estaban de vacaciones los analistas de Standard & Poor’s cuando se recuperó , pues de lo contrario hubieran tomado nota de ese evento trascendental para subir la calificación crediticia del Perú más allá de la triple A.

Como los casos de congresistas honestos, estos sucesos de institucionalidad triunfante versus desorden desbordado son rarísimos en nuestro país. Lo del mercado mayorista ha debido registrarse como una gota de civilización en nuestro océano de barbarie y merecer más prensa, bombo y reconocimiento.

Un poco mezquina la ciudad con su alcaldesa, me parece, que no ha sabido valorar su esfuerzo, desplegado señaladamente en el último año, para poner orden en un pedacito de nuestra geografía. Por lo menos para decir que en alguna parte del país, fuera de Miraflores y San Isidro, se cumple razonablemente la ley.

En efecto, un año ha pasado desde que el entonces juez sorprendiera a la Real Academia de la Lengua Española al evacuar su sentencia en el pleito sobre la interpretación de la voluntad de los donantes del terreno de La Parada.

Evocando a Sancho Panza, Don Quijote y Galileo, el ex juez Urbina dijo entonces: “El magistrado que suscribe recurre a adicionar a la sentencia la aplicación del principio de la razón suficiente de Leimniz [sic] para consolidar irrebatiblemente que la interpetación sui generesis de la clausula sexta de la donación por parte de los funcionarios de la municipalidad de Lima, es insoterradamente dolosa”.

Durante esos 12 meses, los comerciantes de La Parada y otros buenos vecinos se dedicaron a empapelar el Poder Judicial con recursos impugnatorios, se atrincheraron y lucharon contra la policía, y continuaron haciendo básicamente lo que les dio la gana.

Todo lo cual podría haber continuado ad infinítum, como sería esperable en el Perú, sino fuera por la voluntad política de la alcaldesa, quien optó por imponer orden de manera decidida, cuando pudo haber flotado en la misma indefinición de sus predecesores. Que haya sido además una política de “izquierda” quien pusiera la mano dura es doblemente meritorio.

En cuanto al ex juez Malzón, alguien que supuestamente estudió para defender el Estado de derecho y que algún concurso de méritos puso providencialmente en nuestros tribunales, la última foto que se tiene de él lo muestra trepando por una escalera para zamparse a La Parada cuando ya había sido clausurada por la policía.

En el febril trance de redactar aquella sentencia, se acordó de Leibniz, aunque le puso un nombre bamba. El verdadero fue un matemático y filósofo alemán del siglo XVII, quien postuló la idea de que vivíamos en el mejor de los mundos posibles, porque Dios no hubiera creado nada menos que eso.

Evidentemente, este caballero germano nunca llegó a ver La Parada porque hubiera cambiado rápidamente de opinión. Tampoco tuvo la mala suerte de fallecer en un bus interprovincial por culpa de una marcha de mineros que cerró la carretera, ni tuvo ocasión de cruzar la ciudad de Lima en una combi de .

A pesar de todo, hay que seguir creyendo que un mejor país siempre es posible. La recuperación de La Parada es una muestra de ello. Sobre ese terreno no hay que poner ahora un parque del migrante, porque eso no nos dice nada. Hay que llamarlo con algo que nos recuerde el triunfo del optimismo sobre la realidad. El nombre ya lo sugirió don Malzón con razón suficiente: “Parque Leimniz”.