Quizá suene difícil de creer, pero este es el mejor gabinete que debe haber tenido el Perú en décadas. Más de la mitad de los ministros, de hecho, tiene pergaminos como para atarantar a cualquiera (asombra la cantidad con estudios en las mejores universidades del mundo y experiencia en instituciones internacionales de renombre).
En materia económica, además, las intenciones del gabinete se acercan mucho al sueño de cualquier liberal. Van algunos ejemplos. El ministro Luis Miguel Castilla personifica la disciplina fiscal, ha implementado un equipo dedicado a destrabar los proyectos de inversión privada más importantes y su cartera realiza la labor clave de detener propuestas intervencionistas que se originan en el Congreso o en el mismo gobierno. Los ministros Saavedra, De Habich y Álvarez Calderón vienen planteando novedosas asociaciones público-privadas en educación, salud y patrimonio cultural, iniciativas nunca antes vistas en este país. El ministro Von Hesse, en contra del tradicional discurso populista, valientemente declara el fracaso absoluto de la gestión estatal de las empresas públicas de agua potable y pide el ingreso de capital privado a este servicio. El ministro Benites empuja un relanzamiento de las concesiones forestales. La ministra Silva lidera un ambicioso plan de apertura de nuestro comercio internacional. El ministro Mayorga busca simplificar las exigencias a la inversión en hidrocarburos. Y, aunque tengo serios cuestionamientos a una parte de su plan de diversificación, no puedo negar que el ministro Ghezzi es un técnico brillante que ha puesto en la agenda del Estado –como no lo está hace años– la reducción de las trabas burocráticas y de la sobrerregulación.
¿Por qué al país no le va estupendo a pesar de contar con un gabinete con tanta gente competente y que empuja políticas sensatas (por lo menos para quienes creemos en una economía abierta)? Pues porque de nada sirven ministros de lujo si el gobierno no tiene un presidente que entienda y se compre sus iniciativas y una bancada en el Congreso que las impulse con las leyes correctas.
Humala, digámoslo sin reparos, es la mediocridad encarnada, como creo he demostrado varias veces en esta columna. Es claro que ni siquiera entiende la mayoría de propuestas que surgen en sus ministerios. No sorprende, por eso, que sea incapaz de canalizar apoyo político para las mismas y que estas se queden en el mundo de las buenas intenciones. En muchas oportunidades, incluso, envía mensajes que las contradicen. La bancada que conformó, además, comparte su característica mediocridad. Y solo ha sido bueno para pelearse con todo el mundo y anular así las oportunidades para sacar adelante reformas importantes.
El culpable del frenazo que está experimentando el país y de que no se den los saltos que requiere el Perú tiene nombre y apellido: Ollanta Humala. Qué bueno sería que los mencionados ministros –que parecen estar en el gabinete por un accidente del destino– escogiesen al presidente y no al revés.