(Foto: Bloomberg)
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Enzo Defilippi

La semana pasada, durante el lanzamiento del portal hacerperu.pe, el politólogo Eduardo Dargent dijo algo que me dejó pensando: que entendemos bastante bien qué hacía mal el Estado de los ochenta, pero aún no terminamos de entender las limitaciones del de los noventa.

En mi opinión, ello se debe a que el Estado de los noventa tuvo éxito no solo en la lucha contra los dos problemas más serios que enfrentábamos entonces (el terrorismo y el mal manejo económico), sino también en dar la impresión de ser el perfecto opuesto al de los ochenta. Y digo “dar la impresión” porque si nos fijamos bien, las causas que desembocaron en la creación de aquel Estado que quería dirigir todo a pesar de no hacer nada bien siguen allí, igualitas: la toma de decisiones públicas sin la mínima información, la falta de rendición de cuentas (que lo facilita) o la voluntad de usar al para obtener ventajas o disfrutar de bienes privados (como entradas de cine baratas o playas de estacionamiento) sin pagar su costo. El Estado de los noventa fue superior al de los ochenta porque redujo la posibilidad de intervenir irresponsablemente, no porque haya eliminado las ganas de hacerlo.

El problema, creo yo, es que si bien en los noventa entendimos qué no debería hacer el Estado y hacía (distorsionar precios y afectar la estabilidad macroeconómica, por ejemplo), nunca entendimos lo que sí debería hacer y no hacía. Ello por anteojeras ideológicas o debido a una mirada simplona (usualmente lo mismo) sobre el rol que debe cumplir el Estado en una sociedad moderna. Y las consecuencias de esta falta de reflexión las seguimos viendo hoy.

Una muestra de esto es la oposición a la diversificación productiva, la cual se basa en el supuesto de que el mercado, por sí solo, arregla todo. Ello, a pesar de la abundante evidencia en contra (basta mirar el tráfico de Lima o la calidad de algunas universidades privadas para darse cuenta de que hay situaciones en las que el mercado, sin una adecuada regulación, no soluciona nada). Al principio, la oposición podía entenderse por el temor de regresar a las políticas de protección y subsidios, ¿pero cuál podía ser la razón cuando ya estaba demostrado que no se trataba de eso? Solo una falta de entendimiento del problema y ministros sin la preparación necesaria pueden explicar el abandono de esta política durante el gobierno de Kuczynski.

Una segunda muestra de que aún no entendemos las limitaciones del Estado de los noventa es la ridícula discusión acerca de la estrategia incluir para crecer. Es obvio que no se puede eliminar la pobreza sin crecimiento económico, pero también que el crecimiento económico no es suficiente para eliminar la pobreza. No entiendo por qué alguien puede creer que son estrategias excluyentes. ¿Qué explica entonces que el Midis haya perdido importancia y vaya por su cuarto ministro en menos de dos años? No lo sé con certeza. Pero sabiendo lo que sabemos hoy del gobierno de Kuczynski, me atrevería a decir que por indolencia, desconocimiento y la cuestionada pero extendida creencia de que aquel Estado creado para que se parezca lo menos posible al de los ochenta es lo único a lo que los peruanos podemos aspirar.