Tenemos futuro pero, ¿de qué futuro hablamos? Tal como debimos haber aprendido perdiendo décadas (los 70 y 80), el futuro de una nación no tiene que implicar progreso. Dado nuestro pasado, nos haría mucho bien reconocer que nos debemos esforzar mucho más para crecer a ritmos altos y por décadas.
Frente a esta realidad, miremos hacia adelante. En esta dirección es muy útil parafrasear a Oscar Wilde: las naciones exitosas siempre tienen un pasado ejemplar a destacar, mientras que las naciones que no lo son solo hablan de su futuro.
¿Cómo es nuestro futuro económico? Hemos crecido mucho, nos repiten. Sí, en la última década el producto por habitante se ha inflado en casi 5% al año. Nuestra distancia hacia el mundo desarrollado se ha acortado algo. Hemos recuperado 4 puntos porcentuales del PBI estadounidense por habitante (aunque aún nos ubicamos también 4% por debajo de nuestro sesentero pico histórico). Pero una década es muy poco tiempo para desarrollarnos económicamente. Hemos crecido a una tasa destacable en América Latina. Ser autocomplacientes respecto de nuestro futuro es una torpe exageración.
Aun si soñáramos con mantener el ritmo de crecimiento posnoventa (y el de Estados Unidos también), en cinco décadas más alcanzaríamos a una nación tibiamente desarrollada como España. Nada más.
¿Hemos hecho mucho? ¿Acaso hemos sido determinados en el reto de elevar nuestro comercio exterior? Nuestro desenvolvimiento aquí ha sido lento. Aún arrastramos coeficientes magros de apertura comercial (apenas un quinto de los de una plaza comercialmente dinámica como Singapur). Indicador que viene contrayéndose en lo que va de la oscura gestión humalista.
¿Educamos a nuestra gente? Aquí la evidencia de largo plazo resulta oscura. En las últimas dos décadas gastamos apenas entre 3% y 4% de lo que gasta por alumno –en primaria, secundaria o educación superior– el gobierno de un país desarrollado. Esto mientras el porcentaje de los impuestos recaudados por persona asignado a la educación pública es cada vez menor. O cambiamos o esperamos un milagro descomunal.
En la actualidad, el gasto público en educación se comprime. Alguien podría preguntarse: ¿Y el gasto privado en educación? ¿No estará compensando la contracción del gasto estatal?
Me encantaría tener algo positivo que decirle en este asunto, pero ignoro estadísticas serias sobre esta variable. De lo que sí hay evidencia creciente es de los afanes intervencionistas de la burocracia sobre la educación privada a todo nivel. Y todos sabemos cuáles han sido los efectos de tan sugestivos afanes en el pasado.
Tenemos futuro, pues. Y la data disponible nos cuenta que –si seguimos invirtiendo en gente y en recursos como lo hacemos en las últimas décadas– este se pinta complicado, por así decirlo.