Los regímenes autoritarios de hoy están usando atributos típicos de las democracias para socavar la libertad. La tarea de controlar la información en un mundo globalizado y de comunicaciones instantáneas y descentralizadas se ha vuelto mucho más difícil, por lo que tales regímenes han recurrido a Internet, las elecciones, los medios y el mismo mercado para alcanzar sus fines. Así lo afirma el Instituto Legatum de Londres en un estudio nuevo que investiga los casos de China, Turquía, Siria y Venezuela, pero que tiene relevancia en más de un país latinoamericano.
Es bien sabido que la Venezuela bolivariana ha sido pionera en usar ciertas formas democráticas para concentrar el poder y violar derechos básicos. Las elecciones, a pesar de haber sido frecuentemente manipuladas por el gobierno, han contribuido al relato oficial de legitimidad. Pero Daniel Lansberg-Rodríguez, uno de los autores del reporte, documenta hasta qué punto se utilizó esa herramienta. Una vez consolidada la nueva Constitución de Hugo Chávez en 1999, hubo en promedio una elección nacional al año, creándose así una campaña permanente que, con el uso de los recursos del Estado, puso en desventaja a los opositores. En esa campaña, Chávez hizo 2.000 transmisiones televisivas durante sus primeros once años de presidente.
El régimen chavista ha logrado ejercer un dominio casi total sobre los medios, a través de canales estatales, la regulación, la intimidación y la ayuda de aliados que compran empresas mediáticas que luego cesan de criticar al oficialismo. Quizás lo más impresionante, además de la alta calidad de su producción, es que buena parte de la propaganda es ridícula y desconectada de la realidad. Hay apagones, alta inflación, violencia descontrolada y escasez de todo tipo de bienes en Venezuela, pero en la televisión se habla de una posible invasión de Estados Unidos o de por qué esperar en las colas te hace bien, por ejemplo.
Lo mismo ocurre en Siria, según Abigail Fielding-Smith, otra autora del reporte. Los sirios están sufriendo una guerra civil desastrosa, pero la televisión estatal pasa reportes increíbles sobre lo bien que le va al país. En China también hay acceso a múltiples fuentes de información y la gente no necesariamente cree la publicidad estatal. El punto de la nueva propaganda de estos regímenes no es tanto adoctrinar o hacer creer la versión oficial, sino hacerle saber a la población que tienen suficiente control sobre la sociedad como para que se puedan afirmar cosas absurdas y que esa propaganda sea repetida por gente que depende de, o se siente intimidada por, estos regímenes.
Inundar los medios de versiones oficiales de la realidad que son ampliamente distintas a los hechos –como hace Rusia en el caso de su guerra en Ucrania– y que luego puedan ser repetidas en parte por medios independientes, sirve al propósito no tanto de convencer a la gente, sino de confundir y poner en duda cualquier noticia.
La censura de los neoautoritarios no tiene que ser absoluta para ser efectiva. Hay millones de críticas a las autoridades en el Internet chino, pero según un estudio de la Universidad de Harvard, lo que se censura es cualquier comunicación que habilite a los chinos a organizar protestas colectivas. Algo parecido ocurrió en Ecuador esta semana. El régimen del presidente Rafael Correa, a quien la Sociedad Interamericana de Prensa ha llamado “el gran censor de las Américas”, intervino las comunicaciones privadas de opositores en WhatsApp y las pasó en televisión estatal intentando así desalentar las protestas masivas que están explotando en su país.
No le funcionó. Hay que estar atentos para ver hasta qué punto Ecuador y otras ‘democracias’ de la región aplicarán las nuevas formas de desinformación.