Según las proyecciones de crecimiento económico para el 2014, la cosa viene fea. Con algo de suerte quizá cerremos el año con una expansión moderada de 3%, dos puntos porcentuales por encima del crecimiento promedio de la región. Sin embargo, lo feo se evidencia si ponderamos cinco planos que envuelven –y explican– esta evolución:
Primero, es muy importante recordar dónde estamos parados y con quiénes nos encanta compararnos. América Latina es una zona maravillosa y apasionante en múltiples planos, pero configura territorios del planeta donde el fracaso económico es la regla. Aquí nadie se ha desarrollado nunca y los episodios de éxito económico son efímeros y poco valorados. La izquierda local nos ha inoculado desde la primaria hasta los posgrados locales un veneno muy poderoso. El grueso de nuestra gente cree que somos ricos. Por lo tanto, eso de crecer a un ritmo alto no sería tan importante. El reto de los gobiernos sería distribuir (inexistentes) riquezas. Por esto, que nuestro país crezca este año apenas 2% más que una región que crece poco (1%) y, lo que es peor, que no parece querer crecer más, es una ‘performance’ visiblemente descalificadora.
Segundo, el crecimiento del 2014 no es solo la baja tasa de crecimiento anual con la que cerraríamos el año: es la definida desaceleración del crecimiento registrada desde inicios de la actual administración. El grueso de los accidentes de tránsito nos recuerda cotidianamente que hay pocas fuerzas más destructivas y poderosas que la inercia. De hecho, el 3% esperado para este año significa una inercia de contracción: más de 5% de crecimiento desinflado en breve tiempo. Además, las estadísticas sugieren que el crecimiento anual podría incluso ser menor al 3%. No olvidemos que la tasa de crecimiento anualizado durante la elección de Ollanta Humala era de 9,2%.
Tercero, los dos motores que impulsaban el crecimiento y la reducción de la pobreza local –las exportaciones y la inversión privada– registran tendencias inquietantes. Mientras el flujo anual exportado no solo deja de crecer, sino que se contrae en más de diez mil millones de dólares, las importaciones de maquinaria y equipos (que se expandían al 45% anual a inicios de la actual administración) hoy se contraen anualizadamente a agosto pasado en 15,3%.
Cuarto, no solo la última elección presidencial no nos cayó bien (por así decirlo). La cosa se ha puesto generalizadamente fea cerca de un proceso electoral en el que volverá a elegir una población que, según le han hecho creer, piensa que somos ricos y que estamos a punto de ser una nación del Primer Mundo.
Quinto, llegamos a esta parálisis económica haciendo gala de una clara carencia de visión sobre cómo desarrollarnos –cómo crecer a ritmos mucho mayores y por décadas–. Como creemos que estamos destinados a desarrollarnos (asunto de muy discutible verosimilitud), queremos gastar más y redistribuir supuestas riquezas hoy. No entendemos que esto implica tiempos de compromisos y sacrificios mayores en aras de crecer a ritmos captando inversiones, exportando y educando a nuestra gente.