"Pase nomás, con confianza", por Enrique Pasquel
"Pase nomás, con confianza", por Enrique Pasquel
Enrique Pasquel

Hace unos días prendí la televisión y estaba dando ‘Pandillas de Nueva York’, la galardonada obra de Scorcese sobre las bandas de inmigrantes irlandeses en el siglo XIX. Terminando esa película empezó ‘El Padrino II’, la historia de cómo Vito Corleone migró a Nueva York desde Italia a inicios del siglo XX. Una vez que acabó esta última, comenzó un documental sobre la migración judía a esa misma ciudad durante la Segunda Guerra Mundial. Y, viéndolo, me di cuenta de que en esta última historia las personas que trataban de mudarse a Estados Unidos se enfrentaban con una barrera que no estuvo presente en los dos primeros relatos: la visa de entrada al país.

Alrededor de la Primera Guerra Mundial, los países empezaron a cerrar sus fronteras a la migración. Empezaron a requerirse visas, permisos de trabajo y se celebró un acuerdo internacional para usar los pasaportes. Y si bien con la globalización se derribaron varios muros que impedían el libre tránsito de capitales y mercancías, lo mismo no sucedió con aquellos que hasta hoy restringen la libertad de movimiento y residencia de las personas.

¿No sería hora de que los países se empiecen a poner un tanto más serios con el tema de la integración y también relajen sus fronteras en ese sentido? Y es que, vamos, no está de más pensarlo en estas épocas de TLC, Alianza del Pacífico, TPP y otras siglas que suponen que los de más acá son más libres para hacer negocios con los de más allá. De hecho, ¿por qué no dar el ejemplo y liberalizar la mudanza al Perú unilateralmente?

Algunas personas señalan que hay que poner barreras a la migración porque ella permite que los extranjeros quiten trabajos a los nacionales. No obstante, si ese fuese un argumento válido, tampoco deberíamos celebrar TLC de mercancías, pues ellos también permiten que empresas extranjeras saquen del mercado a algunas empresas nacionales donde laboran peruanos. El mencionado argumento, además, pierde de vista que, de forma similar a lo que sucede con los TLC, un ‘tratado de libre tránsito y residencia’ facilitaría que las empresas ofrezcan mejores productos a precios más cómodos a las personas, pues podrían emplear a los trabajadores más productivos independientemente de su nacionalidad. Esto, a su vez, permitiría que la economía crezca, que la torta se vuelva más grande y que hayan más oportunidades para la mayoría.

Otras personas están en contra de la libre migración porque les parece injusto que, por ejemplo, los peruanos paguen impuestos para que luego un grupo de bolivianos pueda mudarse aquí y usar servicios estatales, como seguridad social o salud. Frente a esta objeción, sin embargo, habría una salida práctica: que solo puedan usar dichos servicios los extranjeros que paguen impuestos.

Finalmente, hay quienes se oponen a la libre migración por seguridad: preocupa que entren delincuentes al país. Pues bueno, eso se soluciona prohibiendo la entrada a quien tiene un récord criminal en su nación, pero no habría por qué restringírselo al resto (hay que ser un poco tonto para creer que todos los inmigrantes son Vito Corleone).

Las ventajas de vivir en un país multicultural son enormes. ¿Por qué no pensar en grande y aspirar a ser la nación que, como lo hicieron otros en el pasado, abra sus puertas para acoger a cualquier extranjero que quiera labrarse un futuro en el Perú?