Mabel Huertas

Todos contra todos. El es una suerte de salvaje oeste. Contrario a la dicotómica opinión pública –”conservadores vs. caviares” o “derecha vs izquierda”– las cúpulas de poder juegan en otro terreno viciado con intereses materiales, amenazado por investigaciones, procesos judiciales o puro empacho de poder. La posición ideológica de los que dominan las tambaleantes instituciones se instrumentaliza según los objetivos personales de corto plazo. ¿Cómo así una candidata a la vicepresidencia que pactó con un proyecto estatista como el de Perú Libre es ahora una presidenta acogida por los enemigos de los “comunistas”?

El escenario caótico ya lo conocíamos. Por un lado, un hiper fragmentado, con una producción legislativa en su mayoría oportunista –y populista– y con una falsa promesa de reforma política. A ello se suma una larga lista de espera en la tibia Comisión de Ética y la impunidad reinante como moneda de cambio. Por otro, un Ejecutivo con una performance pobrísima, cuyo único sostén es el trato tácito con las bancadas de derecha y conservadoras, y en el que se luce una presidenta viajera que desde la opinión pública parece disociada de la realidad.

No en vano la última encuesta de CPI publicada por RPP, arroja una aprobación de la gestión de Dina Boluarte del 9,4% , mientras que el Congreso se lleva un 5,2%. Pero como el caos continuo se transforma en normalidad, el terremoto registrado en la fiscalía ha venido a remecer esa calma chicha “post Castillo”.

Las pugnas de poder en el Ministerio Público tampoco son novedad. Pero, no es poca cosa que la fiscal de la Nación sea señalada como “líder de una organización criminal” que negociaba votos en el Congreso para sus intereses a cambio de impunidad, según lo señala la tesis fiscal y, peor aún, que la desprestigiada cabeza del Ministerio Público denuncie constitucionalmente –como respuesta a las imputaciones– a la presidenta Boluarte por las trágicas muertes registradas en el sur del país en diciembre del 2022 y enero de este año.

¿Qué pasara ahora? Mientras el fuego cruza el Centro de Lima entre Palacio de Gobierno, el Congreso y la fiscalía, la hinchada fundamentalista defiende a su adalid (de turno), su vaca sagrada (aunque será profanada por las circunstancias), sin dudas ni murmuraciones, en un mundo sin grises, en el que pareciera más importante reafirmar sus terquedades ideológicas que encontrar la verdad.

Tal como la izquierda exigía pruebas y presumía inocencia en la época más pútrida de Pedro Castillo, la derecha hoy hace lo mismo con Patricia Benavides.

Nadie mantiene un halo de santidad o heroísmo. Tampoco las defensas son principistas. Mucho menos de quienes ostentan el poder.

Mabel Huertas es socia de 50+Uno, grupo de análisis político

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