El concepto más respetado de la economía es el PBI que mide el valor económico de todo lo que se produce en un país. Esa medida de tamaño nos ubica internacionalmente, y nos informa mes a mes qué tanto estamos progresando. Comúnmente decimos que el PBI es la torta económica y que antecede cualquier debate sobre cómo repartirla. Sin PBI no hay nada que repartir.
Hoy, el débil crecimiento del PBI se ha vuelto el punto de partida para casi todo comentario sobre la economía y la política. Hasta las variaciones en puntos decimales de ese dato son materia de opiniones y debates. Lástima entonces que las estadísticas que seguimos y comentamos con tanta atención no son lo que creemos.
Primero, una cuarta parte de lo incluido en el PBI es inversión, que no es comida servida en la mesa sino una expectativa, gasto que esperamos nos permitirá contar con más en años futuros. Sin embargo, por el momento ese gasto es meramente preparatorio y está en la categoría de la harina que compra el panadero o el cuero del zapatero. Además de su calidad puramente expectativa, no hay forma de precisar el valor económico futuro cuando la inversión rinda sus frutos, ni cuándo exactamente podremos disponer de esa mayor riqueza.
En la inversión, es normal errar en los pronósticos de rentabilidad, por los errores de gestión del mismo inversionista –como en los restaurantes que no pegan– y por los giros inesperados de la economía nacional y mundial. En el Perú se recuerdan las infortunadas inversiones realizadas por el gobierno militar de Juan Velasco que, no obstante, fueron registradas como parte del aumento en el PBI de esos años. Igualmente, hoy se descubre que no toda la mentada inversión de la China es productiva, como los departamentos de lujo construidos que están quedando sin compradores. En todo el mundo, la caída de los precios reducirá el rendimiento de las recientes inversiones petroleras y mineras, pero el valor registrado de esas inversiones seguirá engrosando las estadísticas del PBI. Ante la imposibilidad de pronosticar la rentabilidad de la inversión, cuando el técnico estadístico calcula el PBI recurre a la estratagema de registrar no el verdadero aporte futuro de valor económico, sino su costo actual, dato que no refleja una realidad de bienestar potencial.
Segundo, otra parte sustancial del PBI consiste en los servicios del Estado, que, por ser mayormente gratuitos, no tienen una valoración de mercado. Nuevamente, el técnico estadístico recurre al costo para representar su valor, trátese de la educación, salud pública, seguridad, regulación del transporte, registro de identidad y múltiples otros servicios que provee el Estado. Para ilustrar lo que significa esa metodología, el gobierno del presidente Alejandro Toledo decidió duplicar el sueldo promedio de los maestros de las escuelas públicas. Como resultado, se registró un aumento en el PBI del gobierno, parte del ‘boom’ peruano de esos años. Pero ¿se duplicó también la cantidad o calidad de la educación pública?
Tercero, el PBI no registra mejoras en la torta económica que, crecientemente, nos llegan gratis o casi gratis por el progreso tecnológico. Por ejemplo, en las áreas del cómputo, la comunicación, la salud y la educación. El bienestar y el valor económico que representan el celular para los hogares más pobres exceden largamente su costo. Un sueño de hace veinte años, casi imposible por el costo, era adquirir una Enciclopedia Británica. Hoy, el Wikipedia es gratis, contiene el equivalente de 1.700 tomos contra la docena de la Británica, y su calidad ha sido certificada como la mejor. Allí descubro diversa información sobre cualquiera de los 1.834 distritos del Perú. La Británica no mencionaba a ninguno.
Cuarto, el PBI no registra pérdidas de valor económico que no se encuentran valorizadas por el mercado. Un caso saltante es el deterioro del medio ambiente. Otro es el enorme costo y la pérdida de calidad de vida producida por la mala gestión pública del transporte.