¿Pequeño o grande?, por Carlos Adrianzén
¿Pequeño o grande?, por Carlos Adrianzén
Carlos Adrianzén

Uno de estos días, finalmente, el Jurado Nacional de Elecciones otorgará las credenciales de presidente de la República a Pedro Pablo Kuczynski, quien fue elegido muy ajustadamente y enfrenta el reto de gobernar una nación extremadamente dividida.

En el ámbito político, esta elección obliga a Kuczynski a moverse con mucho cuidado, dado lo ideológicamente variopinto de las precarias alianzas que le permitieron prevalecer en la segunda vuelta y el tajante resultado de los comicios de abril que dieron una mayoría congresal de 73 escaños a su contrincante.

¿Conciliarán? ¿Se obstruirán mutuamente? ¿Configurarán un caldo de cultivo ideal para un gobierno contestatario el 2021? Solo la historia nos aclarará este entuerto.

El lado económico, afortunadamente, es menos incierto. Las dudas quedarán aclaradas –más allá del ya inevitable ruido político– ni bien se configure el nuevo gobierno.

Por supuesto que Kuczynski recibirá el bono de ser un técnico reputado con trayectoria política y –lo que resulta tan valioso o más– quien reemplaza a un sinuoso gobernante como Ollanta Humala. Pero recibirá también una economía maltrecha, con brechas fiscales y de balanza de pagos en abierto proceso de deterioro y un ritmo de crecimiento enfriado.

Es clave reconocer que este enfriamiento no se explica por los peores términos de intercambio (como muchos nos quieren hacer creer), pues también han caído significativamente los precios de nuestras importaciones. Se explica por la longeva caída simultánea de las exportaciones y la inversión privada.

Frente a este panorama, pronto descubriremos qué compró electoralmente la tenue mayoría de votos válidos que prevaleció en la segunda vuelta. Aquí hay dos opciones.

Podría haber comprado a un gobernante pequeño. Uno que por comodidad digiera el menú de creer que ha llegado el momento de aplicar políticas fiscales y monetarias expansivas –pues supuestamente dispondría de ingentes reservas internacionales y activos fiscales–. Y que, complementariamente, puede esforzarse por destrabar los negocios e inversiones conciliando –aunque sea un poquito– con Dios y con el diablo.

Este Kuczynski pequeño mantendría tal vez cierta estabilidad (al más puro estilo humalista), pero nos ofertaría niveles de crecimiento previsiblemente mediocres. Muy  inferiores al 8% anual requerido para reducir la pobreza y aumentar la clase media.

Esta opción, por supuesto, tendría dos contraindicaciones: abundarían las opiniones autocomplacientes (no se pudo hacer nada más) y consolidaría la creencia para el 2021 de que el derechista Kuczynski habría fracasado porque el modelo… no funcionó.

Pero también los electores podrían haber comprado a un gobernante grande. A alguien que –liderando una agresiva reactivación de las inversiones privadas y de las  exportaciones– relance un crecimiento que reduzca significativamente la pobreza.

Para ello el futuro mandatario deberá comprender que la pócima de la izquierda limeña es descartable, que nada está inexorablemente perdido cuando los términos de intercambio se deterioran y que acometedoras reformas institucionales y de mercado nos pueden convertir en una plaza atractiva. Aunque ello pueda implicar temporalmente racionalizaciones burocráticas, despidos y quiebras, se puede mejorar el panorama.

Frente a esto, ¿qué es lo verosímil? ¿Un Kuczynski pequeño u otro grande?