Todo aquel que haya intentado convencer a un votante de corazón fujimorista o aprista que cambie su voto hacia otro candidato que nosotros consideramos mejor se ha dado cuenta inmediatamente de lo difícil que esto resulta. En un tema más reciente, parece sumamente difícil convencer a aquellos que se oponen a la despenalización del aborto en casos de violación de ponerse en los zapatos de aquellas niñas o mujeres e intentar comprender y acaso cambiar su posición respecto a este tema. Justamente hace unos días la Comisión de Justicia y Derechos Humanos del Congreso, encabezada por el pepecista Juan Carlos Eguren, archivó el proyecto de despenalización del aborto en casos de violación. De los siete congresistas que votaron, cinco lo hicieron a favor de archivar este proyecto y solo una legisladora, Verónika Mendoza, votó en contra. Este desbalance en el Parlamento, sin embargo, no parece ser reflejo de la opinión pública nacional, en la que el 52% de la población está a favor de la despenalización, según datos de Ipsos Perú. Se sabe, además, que la mayor oposición se encuentra entre sectores religiosos, principalmente el evangélico. Precisamente, fue el legislador fujimorista Julio Rosas, teólogo de profesión, quien más tenazmente se opuso a este proyecto. ¿Cómo persuadir a estos congresistas en contra y, en general, al 48% de la opinión pública que estas mujeres que han pasado por esta atroz experiencia no merecen ser perseguidas por la justicia como criminales?
La noche anterior al archivamiento de este proyecto, un grupo de valientes feministas, parte del colectivo Déjala Decidir, realizó una performance frente al Congreso, que llamó la atención de los medios de comunicación. Este tipo de intervenciones pretende concientizar a la opinión pública y persuadir a los ciudadanos a que piensen, mediten y, en última instancia, cambien de opinión acerca de un tema tan controvertido como este. Sin embargo, lo valiente no necesariamente significa lo efectivo. Según la evidencia acerca de tácticas de persuasión, esta estrategia serviría para llamar la atención de los medios y visibilizar el debate, sumamente necesario también, pero no tanto para convencer a los que se oponen a este proyecto.
Se ha encontrado que la persuasión en temas controvertidos es más efectiva cuando se hace cara a cara. Por ello, en otros países, los activistas a favor de los derechos LGBT y de los derechos de las mujeres para decidir hacen trabajo de hormiga visitando casa por casa en distritos donde saben que existe una fuerte oposición. La persuasión es aun más efectiva cuando los activistas comparten características con la persona a la que se busca interpelar. Así, un activista gay o una feminista tratando de persuadir a una persona con fuertes convicciones religiosas sería incluso contraproducente, pues generaría un efecto búmeran y, finalmente, la persona se aferraría más fuertemente a sus convicciones.
En nuestra realidad, ya se sabe quiénes apoyan estas medidas: colectivos feministas, ONG, sindicatos, federaciones y grupos de izquierda, pero quizá la voz de ellos no sea el altavoz más efectivo para intentar persuadir a quienes más se oponen –grupos católicos y evangélicos– y que tienen fuerte influencia en el Congreso y en la sociedad. ¿Habrá líderes de opinión con afiliación religiosa que sean capaces de comprarse el pleito de ponerse a favor de estas medidas? ¿Será posible encontrar a algún pepecista o fujimorista que pueda manifestar una posición clara a favor del derecho de las mujeres a decidir? ¿Cuál es la posición de los gremios de empresarios? Persuadir es difícil, pero es imposible si solo se intenta predicar a los conversos.