El gobierno está preparando un plan nacional de infraestructura que se presentará a la ciudadanía el próximo año. Un “plan” denota un conjunto de proyectos con una cierta coherencia y un orden de ejecución al menos tentativo. Pero, más que eso, revela una loable intención de priorizar correctamente, de invertir con prudencia, de obtener los mayores beneficios posibles dentro de los límites presupuestales, que son también, aunque a algunos no les guste escucharlo, los límites de la realidad.
No estamos convencidos, sin embargo, de que sea una buena idea hacer semejante plan. Puede ser un esfuerzo enorme, pero a la larga inútil; una distracción de otras tareas más urgentes. El objetivo de un plan perfectamente concatenado y diseñado para maximizar el valor presente de los beneficios es inalcanzable porque nunca tendremos a nuestra disposición la lista completa de todos los proyectos posibles con sus respectivas evaluaciones de costos y beneficios.
No ayuda mucho la cháchara del cierre de brechas porque primero habría que definir qué es una brecha, cuantificar su importancia y calcular el costo de cerrarla. Si no, ¿cómo podríamos decidir cuáles vale la pena cerrar y en qué orden y cuáles no? Mucho nos tememos que el plan estará dominado por proyectos de gran visibilidad, pero quién sabe de escaso o nulo valor, si es que no de valor negativo.
Saltando por un instante al problema de la ejecución, hay lo que parece ser una fe ciega en los project management offices (PMO). El caso de los Panamericanos puede resultar un buen ejemplo, pero todavía hay que ver cómo termina. Además, no sabemos si lo que funciona bien para administrar lo que es esencialmente una obra de construcción funcionará bien para adjudicar proyectos en los que se juntan la construcción, por un lado, y la operación y el mantenimiento, por otro, durante los siguientes veinte o treinta años.
Creemos que un mejor camino a seguir –la infraestructura de la infraestructura, si usted quiere– sería volver a la buena y anticuada evaluación de proyectos, al análisis costo-beneficio basado, en lo posible, en información de mercado. Olvidémonos de las pretensiones de la planificación y dediquémonos a generar un inventario de buenos proyectos, todos con demostrada capacidad, dentro de lo que es humanamente posible anticipar, de devolvernos en el futuro beneficios conmensurables con los sacrificios que nos imponen en el presente.
La infraestructura no es un fin en sí misma. No nos hace inevitablemente más productivos o más competitivos. No existe, por último, “la” infraestructura –ni tal cosa, en nuestra opinión, como un “déficit de infraestructura”–; solo existen “este” proyecto de infraestructura, “ese” proyecto de infraestructura y “aquel” proyecto de infraestructura. Cada uno de una naturaleza distinta y dirigido a una necesidad distinta. Bueno o malo, dependiendo de lo que digan sus números.
No podemos esperar que todos los proyectos imaginables, así sean tan solo los de los próximos tres o cinco años, estén evaluados para recién en ese momento definir un orden de prioridad y ponerlos en marcha. Mucho más práctico es tener, como decíamos, un inventario de buenos proyectos, que puedan ejecutarse casi en cualquier orden porque cada uno de ellos representa un buen uso de nuestros recursos, que nos devuelve más de lo que nos pide.