Lo que caracteriza la actuación política del presidente Pedro Pablo Kuczynski no es que diga mentiras ni que las niegue a morir a pesar de que resulta obvio que lo son. Tampoco que cambie de discurso cuando le conviene, aun si eso implica hacer lo contrario a lo que prometió cuando anduvo en campaña. Nos guste o no, esos son comportamientos comunes entre los políticos.
No. Lo que, en mi opinión, caracteriza al presidente Kuczynski no es lo que hace sino la torpeza con la que lo hace. Es esta la que ha terminado con los pocos amigos que tenía y lo ha dejado, finalmente, solo y a merced de sus enemigos. Tanto que hoy bastaría una bajada de dedo de Keiko Fujimori para hacer caer a su gobierno.
Me explico. (Prácticamente) sin partido, sin alianzas y sin ningún logro que mostrar en año y medio de gobierno, el antifujimorismo era el único sostén político del presidente. Era ello, y no los argumentos de quienes opinamos que la vacancia era un exceso lo que explicaba que la oposición a esta fuese bastante mayor que su popularidad.
Para ese grupo, Kuczynski podía tener todos los defectos que mostraba, pero, al menos, compartía los ideales antifujimoristas (ello, a pesar del entusiasta apoyo que le brindó a Keiko en la segunda vuelta del 2011). Eso, hoy, es imposible de sostener. Por un lado, porque el indulto se dio pocos días después de que el mismo Alberto Fujimori gestionase las abstenciones que salvaron al presidente, lo que, junto con las irregularidades de su (negado) trámite (la más obvia, que su salud no está tan mal) hacen evidente que de humanitario no tuvo nada. Por otro, porque el mensaje que dio el mismo presidente la noche de Navidad no hizo más que confirmar esa sospecha. En él, en vez de llamar a los delitos cometidos por el ex presidente por su nombre, los llamó, eufemísticamente, “errores”; y en vez de insistir en el supuesto carácter humanitario del indulto, intentó justificar, en términos políticos, las razones por las que los cometió (como si robar dinero del erario público para que Montesinos huyera con las manos llenas u ordenar a alguien hacerse pasar por fiscal para entrar a su casa se pudiese justificar por las circunstancias en las que encontró al país en 1990).
Si bien es probable que este indulto hubiese generado protestas sea cual fueren las circunstancias, es la torpeza política del presidente lo que ha hecho evidente las verdaderas razones por las que este se ha dado. Y es la obviedad de que se trató de una mera transacción lo que indigna hasta a quienes no se pueden considerar antifujimoristas (y lo que, muy probablemente, ayudará a legitimar las intensas protestas que ya se vienen preparando).
Ahora, con todo el mundo en contra y una bancada aun más disminuida, nada podrá salvar al presidente de una vacancia si Fuerza Popular decide insistir en ello. Es decir, la torpeza política de Kuczynski ha hecho que su presidencia dependa de la voluntad de quienes apenas la semana pasada estaban dispuestos a vacarlo con cualquier excusa. Una estrategia política brillante, sin duda.