(Ilustración: Giovanni Tazza)
(Ilustración: Giovanni Tazza)
Iván Alonso

Un informe del , reseñado en la prensa en días pasados, sostiene que la productividad en el Perú ha caído en los últimos 45 años (de 1970 al 2015, para ser exactos). La productividad es, por decirlo de alguna manera, la eficiencia con la que trabajamos. Una forma de medirla es dividiendo el producto bruto interno (PBI), que es el valor de los bienes y servicios producidos en un año, entre el número de trabajadores y descontando la contribución de las nuevas inversiones.

El BID calcula el crecimiento de la productividad como si la composición de la fuerza laboral no hubiera cambiado en todo este tiempo. Su punto de partida es un crecimiento económico de 3,2% anual. Pero el crecimiento económico por trabajador habría sido de solamente 0,1% al año. La diferencia entre ambos implica un crecimiento de la fuerza laboral de 3,1% al año, bastante mayor que el crecimiento demográfico de 1,9%. Hay evidentemente una proporción mayor de trabajadores jóvenes y poco experimentados, pero que seguramente llegarán a ser tan o más productivos que los de las generaciones anteriores. Si pudiéramos corregir los datos apropiadamente, encontraríamos que la productividad, en lugar de haber caído 0,3% por año, como dice el BID, podría haber aumentado hasta 0,9% anualmente.

Esta tasa de crecimiento –que, acumulada a lo largo de 45 años, habría vuelto al trabajador peruano 50% más productivo– parece más acorde con la realidad. De otra manera no se explica el aumento generalizado de los ingresos y el nivel de vida en todo el país. No solamente están mejor los mineros, estamos mejor todos o casi todos.

Guiado quizás por el sesgo en el cálculo de la productividad, afirma el BID que el crecimiento económico en lo que va de este siglo se debe a la estabilización fiscal y al auge de los precios de los minerales, minimizando la importancia del fin de los controles de precios, la reducción de aranceles, la privatización de empresas públicas, la creación de las AFP y de la CTS y tantas otras reformas iniciadas entre 1990 y 1992.

El informe, sin embargo, es valioso por su diagnóstico de los factores que afectan la productividad de la economía peruana. Que la productividad haya crecido no significa que sea comparable a la de los países avanzados. El estudio señala a los costos extrasalariales y la rigidez de las normas de contratación y despido como los responsables de que las grandes empresas, que suelen ser las de mayor productividad, no sean más grandes de lo que son. Los trabajadores con menos calificaciones son desplazados al mundo de la informalidad, donde sus ingresos son menores que los que podrían obtener en empresas formales y menores también al sueldo mínimo.

Hay otras regulaciones que incentivan el enanismo empresarial, afectando indirectamente la productividad. Una de ellas es la participación en las utilidades de las empresas con más de 20 trabajadores. Otra es el régimen tributario especial para pequeñas y medianas empresas, que castiga a aquellas que crecen demasiado con un aumento de la tasa del Impuesto a la Renta. Las estadísticas disponibles muestran una caída abrupta en el número de empresas, una vez que se cruza el umbral de los 20 trabajadores o el de los 30.000 soles mensuales de ventas. Cosas tan simples, pero que ningún político se atreve a cambiar.