Este año se cumple medio siglo desde la aprobación de la ley que regula la profesión del economista. Desde entonces, este oficio se ha multiplicado. Además, ha adquirido un papel protagónico en la gestión pública, la actividad empresarial y el debate político.
Hace medio siglo, Chile era el único país de América Latina donde se formaban economistas con la calidad que hoy se asocia con esa especialización. Asimismo, en ese país los costos no eran astronómicos ni se requería otro idioma –a Estados Unidos solo se iba con beca– y fue a Santiago donde acudieron muchos de los primeros estudiantes. Unos optaban por la Universidad de Chile, con un sesgo político intervencionista; otros por la Universidad Católica, más bien liberal. También se ubicaba la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal), con un plantel de economistas y estadísticos que superaba largamente a cualquier otro grupo en la región, y cuyas ideas heterodoxas ejercían un atractivo político para toda la izquierda. El golpe militar de 1962 abrió la puerta a la influencia cepalista en el Perú, cuando la junta militar encargó a esa institución la creación del primer instituto de planificación. Muchos de los civiles y militares peruanos capacitados en Santiago formaron luego la tecnocracia del gobierno del general Juan Velasco. Así, de Chile llegaron las primeras enseñanzas para la naciente profesión técnica de la economía, aunque esa técnica nunca se libró de las inclinaciones políticas.
En Chile, la profesión de economista tuvo como madre a la ingeniería, lo que quizá favoreció su rigor técnico. Ahí se había creado una admirable tecnocracia pública en las instituciones de sectores como la electricidad, el agua y los caminos. De esa cantera salieron funcionarios para los cargos más altos de la economía, como los ministros Carlos Massad y Jorge Cauas. El camino ingenieril fue seguido parcialmente en el Perú. Dos de las primeras facultades de Economía se crearon en la UNI y en la Universidad Agraria. Entre las voces más escuchadas en temas de economía estuvieron las de dos ingenieros agrónomos, Rómulo Ferrero y Ramón Remolina, y un ingeniero industrial, Felipe Ortiz de Zevallos. Para otros, como Manuel Moreyra, Javier Silva Ruete y Alonso Polar, máximos directivos del Banco Central de Reserva (BCR), el camino a la economía fue a través del Derecho. Hasta la década de 1990, el economista profesional con estudios de posgrado era una rareza en el Perú. Pero recordemos que en sus primeros años los banqueros profesionales del Banco Mundial daban poca importancia a los economistas. Y cuando finalmente reconocieron y elevaron el estatus de esta profesión, lo hicieron designando economista principal a un ex ingeniero, Hollis Chenery.
Sin embargo, la profesión va perdiendo ese sesgo ingenieril, con su atractivo rigor matemático y leyes absolutas como las de la física. Una razón es que el crecimiento deja de ser sinónimo de industrialización y del mundo físico de las fábricas, y se convierte en un asunto de intangibles: servicios, instituciones, psicología, comunicación y márketing. Otra razón es la demostrada incapacidad de la economía ingenieril para comprender la macroeconomía y las finanzas. Hoy, para explicar la recesión actual o el futuro del tipo de cambio, el economista recurre a un lenguaje cargado de conceptos psicológicos como las expectativas y la confianza, y lo hace, lamentablemente, sin preparación técnica alguna en la ciencia de la psicología.