¿Tiene algún impacto en el ciudadano la discusión sobre cómo los partidos seleccionan a sus candidatos? ¿Por qué preocuparse por algo que solo involucra a un pequeño porcentaje de personas? ¿Importa cómo Fuerza Popular, Podemos Perú o Juntos por el Perú eligen a sus candidatos? Aparentemente, no. Pero si los políticos, en tanto representantes de la población, gobiernan y producen normas, entonces qué hacen y cómo lo hacen sí tiene impacto en nuestras vidas. Si esto es así, debemos preocuparnos por cómo los políticos se organizan, qué plantean y cómo resuelven problemas. Si a los ciudadanos se les otorga derechos para organizarse políticamente en partidos, algunos se sentirán incentivados para hacerlo y otros no.
Existe una relación indisoluble entre formar un partido, regular su vida interna, seleccionar a sus candidatos, la forma cómo se los elige y su desempeño posterior. En un partido que se organiza, básicamente, alrededor de una persona que decide todo y cuyos miembros tienen pocos vínculos entre ellos es altamente probable que los intereses materiales sean los que primen, que la calidad de sus representantes sea baja y la fidelidad a la organización, también. Si la mayoría de los partidos tiene este perfil, existe una dinámica que los lleva a no modificar nada.
De esta manera, la élite política no solo abraza fuertemente sus intereses cortoplacistas, sino que es incapaz de darse cuenta de que las pocas reglas de juego aprobadas en la reforma política permitían separar las organizaciones realmente existentes de los cascarones. Prefieren lo malo conocido. No pueden empinarse ni un centímetro para observar que el desprestigio que envuelve sus actos se extiende de tal forma que los escasos aciertos se oscurecen.
Si el Gobierno es errático, el Congreso le hace la competencia. Y ya no se trata de un norte ideológico distinto porque la corrupción, el personalismo, el transfuguismo y otros males de las organizaciones políticas recorren todo el espectro político. Tenemos partidos políticos y movimientos regionales débilmente organizados, poco representativos y altamente informales.
Los intentos por llevar adelante la reforma política han sido generados desde fuera de los partidos, no desde sus linderos internos. Lo que han hecho estos es, más bien, evitar, mediatizar, desnaturalizar y, salvo contadas ocasiones debido a la presión externa, aprobar a regañadientes reformas. Ahora han suspendido, nuevamente, las elecciones primarias que exigían de los partidos movilizar a sus militantes y activar sus comités de cara a las elecciones regionales y municipales del 2022. Al hacerlo, la selección de candidatos se concentrará en el jefe o dueño del partido; una dinámica conocida por sus miembros que no tienen incentivos para participar. Esta modificación hizo el milagro de alegrar al unísono a Perú Libre y Fuerza Popular. No es casual que en las últimas elecciones internas participaron en Perú Libre y Fuerza Popular el 6,2% y el 10,2% de sus militantes, respectivamente. En promedio, de todos los partidos participantes este año, tan solo se presentaron a votar el 4,9% en sus elecciones internas. Esto nos lleva a dos conclusiones: o a los militantes de los partidos no les interesa ni siquiera elegir a sus candidatos o los padrones de afiliados están tremendamente inflados. El resultado ha sido que unos pocos designaron a todas las candidaturas, y lo mismo ocurrirá el próximo año.
Lo que devela este problema es la precariedad de nuestros partidos políticos y no tanto las bondades de las elecciones primarias que, por sí solas y de manera inmediata, no solucionarán los problemas de representación, pero que, indudablemente, superan en efectos positivos a las modificaciones realizadas hasta ahora.
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