El regalo cargado, por Carlos Adrianzén
El regalo cargado, por Carlos Adrianzén

Las discusiones sobre los déficits fiscales son extensas y se prestan a muchos tamices. Que arrastrar un déficit se convierta en algo aconsejable o una desgracia para un país tiene mucho que ver con los lentes políticos usados. 

Así, por ejemplo, para un keynesiano un déficit fiscal implica algo deseable porque –supuestamente– impulsa la economía. Para un socialista, es intrínsecamente grandioso porque infla lo estatal (por encima de las posibilidades concretas de recaudar) y porque el endeudamiento requerido desarrollaría el mercado local de capitales. Para un estructuralista sudamericano, el déficit fiscal sería siempre “estructural” y habría que financiarlo a como dé a lugar. 

Sin embargo, posiblemente para el grueso de economistas educados los déficit sostenidos deben ser evitados pues roban a los privados vía mayores impuestos, expropiaciones diversas e inflación. Un déficit debe ser transitorio y moderado, más aun al ser financiado por privados, quienes rara vez reciben algo. 

Adicionalmente, la recurrencia de un déficit fiscal permite que el gobierno se infle a escalas no sostenibles, desplaza la inversión privada, se asocia a brechas en la balanza de pagos y, cuando no enerva la inflación local, implica la acumulación de deuda pública que retroalimenta futuros déficits. 

Pero… ¿un déficit impulsa la economía? La evidencia empírica no muestra un solo caso sostenidamente reactivador. Solo existe ideología pro déficit.

Uno de los regalos que dejarán los Humala es un déficit fiscal galopante. Aunque mucha gente no desee reconocerlo, los tiempos de enormes ahorros fiscales ya pasaron. Pese a las bonitas (pero incomprensibles) cifras de crecimiento económico de mayo, ya registramos ahorros virtualmente nulos. 

Así, mientras en noviembre del 2012 el ahorro anualizado en la cuenta corriente del Gobierno Central registraba 11.100 millones de dólares, para este mes una previsión ajustada se acercaría a cero. Bajo este nuevo estado de cosas –a mayo del 2016– la cifra anualizada publicada del déficit fiscal del Gobierno Central es de -6.200 millones de dólares. 

Pero lo serio acá no es la brecha (visiblemente mayor al 3% del PBI), sino su tendencia. Pese a los esfuerzos –o a la pobrísima gerencia– por reducir el gasto, reflejados en una contracción entre febrero del 2015 y mediados de este año de más de 3.000 millones de dólares en el gasto total anualizado del Gobierno Central, el déficit se infla sostenidamente.

La explicación aquí va a la vena: la recaudación tributaria y otros ingresos corrientes están en caída libre. Desde inicios del 2014 se han contraído en más de 8.000 millones de dólares. El problema no implica solo la reducción continua de los ingresos, sino la tendencia de deterioro, dada la rigidez a la baja del gasto burocrático (algo muy difícil de revertir en un primer año de gobierno). 

Y algo más… ¿De dónde ha tomado el gobierno saliente para cubrir este desastre? ¿Quedará algo del fondo de estabilización fiscal? Resulta ilustrativo descubrir que desde enero del 2014 las AFP han elevado –por decreto– su exposición en deuda pública por más 3.100 millones de dólares.

Les viene una tormenta a los entrantes. ¿Se atreverán a implementar las propuestas tributarias y presupuestales ofrecidas? Y si lo hacen, ¿hacia dónde se podrá disparar el déficit fiscal? ¿Qué efectos tendría el no atreverse a frenar?