Cuatro personas murieron en el incendio en Larcomar. Eran trabajadores de UVK Multicines.
Se denunció que no había extintores, pero sí los había. Se denunció que no había rociadores, pero sí los hubo, aunque no se prendieron.
Los bomberos llegaron a tiempo, el personal del centro comercial usó mangueras antes de que ellos aparecieran.
Los trabajadores de UVK fallecieron por intoxicación. Solo estaba cerrada una puerta, pero las otras dos que permanecieron abiertas, fueron tomadas rápidamente por el humo.
Tres de los trabajadores murieron en sus oficinas. Quisieron protegerse. Quizá no alcanzaron a franquear la zona del humo. Quizá pensaron que evitando la entrada del humo quedaban a salvo.
No cabe especular sobre sus razones. Queda claro que en el centro comercial no tenían noción de la velocidad con que se extiende el humo.
Se ha dicho, también, que el problema fue un decreto supremo, que amplió la vigencia de las autorizaciones de Defensa Civil. Antes se autorizaba solo por dos años.
No ha sido ese el problema en Larcomar. De hecho, la última autorización recibida fue hace dos años. Además, el centro comercial había recibido una inspección recién en marzo pasado.
No ha habido un incumplimiento de los reglamentos, de las autorizaciones y de las inspecciones. Aun si se aplicaba la normativa anterior, no se hubiera evitado el incendio.
Algo que está más allá de los formularios falló: la seguridad.
Los reglamentos no salvan vidas. Salvan vidas el conocimiento, el entrenamiento, la responsabilidad.
El ministro del Interior ha pedido que se hagan propuestas “que mejoren el sistema de control, que le den más atribuciones a las autoridades para poder verificarlas y cumplirlas”.
Este es un diagnóstico errado, centrado en el formalismo de los reglamentos. El centro comercial tenía la señalética, los gabinetes contraincendios, los extintores.
Hoy la fiscalización de medidas de seguridad se pierde entre diversas autoridades.
Se pierde, también, por el espíritu reglamentarista de muchos fiscalizadores.
Muchas veces los funcionarios están más atentos en determinar los centímetros cuadrados de un sticker que en advertir los riesgos de una instalación.
El problema de Larcomar es la ingeniería. La estrechez de los espacios es flagrante.
Estrechez y desorden en las cocheras, formas de laberinto en las oficinas, falta de amplitud en las salidas. Esto es lo que había, de origen.
Si el fuego se hubiera desatado durante horas de atención del público, habríamos tenido que lamentar muchas más muertes. No se habrían debido al incumplimiento de algún reglamento o a alguna inspección faltante. Se habría debido a algo que no está en un papel.
No tenemos una cultura sobre los incendios, a pesar de las tragedias que hemos vivido. Las empresas no parecen tomar en serio el tema de la capacitación de sus colaboradores.
Las municipalidades se ponen estrictas y exigentes con el vecino que quiere ampliar su patio o su dormitorio, pero autorizan cines con salidas estrechas y sin muchas alternativas.
Los inversionistas que crearon este centro comercial ¿no pudieron poner la seguridad como un tema prioritario en el diseño y la ingeniería de estructuras?
Un amigo me decía que si a los empresarios les cayeran demandas de millones de dólares, lo pensarían mucho antes de dejar desatendida la seguridad. Eso funcionaría mucho mejor que los mil reglamentos con los mil cambios y los mil detalles de cumplimiento.
El problema, el grave problema del Perú, es que no tenemos un derecho penal estricto y menos un Poder Judicial confiable. La inflación reglamentaria quizá se deba a que la puerta de la justicia está cerrada.
Este es el origen de la falta de responsabilidad. Aquí hay que atacar el problema, más que en la fiscalización reglamentarista.
Ojalá la tragedia de Larcomar sirva para exigir responsabilidad más allá de los reglamentos. Y ojalá no tengamos que lamentar otra pérdida como esta.