En su presentación ante el Congreso la semana pasada, el presidente del Consejo de Ministros, Pedro Cateriano, propuso revisar las sobretasas arancelarias que se aplican a la importación de maíz, azúcar, leche y arroz. Inmediatamente después, un decreto supremo ha reducido las sobretasas para los tres primeros. Ojalá Cateriano las siga revisando hasta su extinción.
El sistema de sobretasas arancelarias (o franja de precios, como también se le llama) es un régimen proteccionista creado hace más de veinte años, justamente cuando se iniciaba la apertura comercial para el resto de la economía, y que se mantiene vigente hasta el día de hoy. El sistema consiste en calcular un precio mínimo y uno máximo para cada producto, en base a las cotizaciones internacionales de los últimos cinco años (ahora reducidos a 15 días). Cuando el precio del maíz en el mercado internacional cae por debajo de ese mínimo, se aplica una sobretasa a las importaciones de maíz; y cuanto más cae el precio, mayor es la sobretasa. Lo mismo para el azúcar, el arroz y la leche.
Según el Banco Central de Reserva, las sobretasas habían llegado a niveles de 37% a 70%. Quiere decir que el consumidor ha estado pagando entre 37% y 70% más de lo que cuestan esos productos en el mercado internacional. El Ministerio de Economía y Finanzas estima que con el decreto supremo recientemente publicado, que ha reducido las sobretasas de la leche, el maíz y el azúcar a un máximo de 20% del precio internacional, los consumidores ahorraremos 500 millones de soles al año.
Los productores locales –siempre defendiendo, por cierto, los intereses del público– han criticado esta medida, aduciendo que los únicos beneficiarios serán los “grandes importadores” y que la reducción de las sobretasas no se trasladará a los precios que paga el consumidor. Qué curioso: el sistema está diseñado precisamente para evitar que una caída en los precios internacionales se traslade al consumidor. Recuerde el lector que cuanto más cae el precio internacional, mayor es la sobretasa. Desmontar ese sistema necesariamente tiene que beneficiar al consumidor.
Pero, en todo caso, eso no es lo esencial. El daño que causan las sobretasas (y los aranceles, en general) no está en los mayores precios que paga el consumidor. Al fin y al cabo, un sol menos en el bolsillo del consumidor es un sol más en el bolsillo del agricultor o de la Sunat. El poder adquisitivo de la sociedad, como un todo, no cambia. El verdadero daño está en que las sobretasas inducen a agricultores y ganaderos a producir los productos protegidos, en desmedro de otros productos que podrían producir más eficientemente.
Con las mismas hectáreas y jornales que utilizan para cultivar maíz y venderlo en el mercado local, gracias a una sobretasa de 47%, a US$200 por tonelada, podrían producir frejoles, quinua o tabaco. Quizá estos se vendan, haciendo la equivalencia, a US$180 la tonelada. Son menos ingresos para el agricultor, pero es buen negocio para el país porque podemos comprar el maíz a US$140 en la bolsa de Chicago.
Como Sir Robert Peel en Inglaterra al abolir, en 1846, las tristemente célebres ‘corn laws’, que gravaban la importación de trigo y otros granos, haría bien el primer ministro Cateriano en anunciar un cronograma para eliminar progresivamente las sobretasas arancelarias antes de terminar este gobierno.