Muchas de las regulaciones con las que tenemos que vivir han sido adoptadas en nombre de la seguridad. Es el caso de la revisión técnica que todos los automóviles con una cierta antigüedad tienen que pasar año tras año. ¿Realmente contribuye a la seguridad vial? Y suponiendo que lo haga, ¿a qué costo?
Este economista escéptico llegó un sábado por la mañana a una de las plantas autorizadas y se acercó a una ventanilla a pagar:
–Buenos días.
–Buenos días. ¿Su tarjeta de propiedad?
–Aquí está.
–Su carro no tiene medidas.
–Imposible, señorita: todo objeto material las tiene.
–La tarjeta no dice.
–Pero así me la han dado.
–Tiene que actualizar los datos. Va a pasar con falta leve.
Lo sospechamos desde un principio: las dimensiones del auto no son esenciales para determinar si está o no está apto para circular. Pocas de las cosas que se evalúan lo son. Se le malogra a usted un direccional el día anterior y sonó: no pasa la revisión. Se le malogra al día siguiente y no hay problema: tiene un año para arreglarlo. La policía nunca lo va a parar por no poner su direccional antes de voltear.
La revisión técnica es una foto instantánea que, en el mejor de los casos, comprueba el buen estado de funcionamiento de algunos sistemas, pero no garantiza que esa condición se mantenga en el tiempo. La prensa reporta constantemente sobre accidentes de tránsito debidos, por ejemplo, a que fallaron los frenos. Curiosamente, nunca nos informa si el vehículo accidentado había pasado o no la revisión técnica; y si acaso la hubiera pasado, cuándo y dónde.
Tenemos una prueba indirecta sobre la futilidad de la revisión técnica, y es que las compañías de seguros no le piden a uno mostrar el certificado antes de asegurarle su carro. Si hubiera alguna conexión entre la aprobación de la revisión técnica y la siniestralidad de un vehículo (o sea, el riesgo de sufrir un accidente), no nos cabe ninguna duda de que las compañías de seguros la exigirían como condición para la emisión de la póliza.
¿Cuánto nos cuesta como país esta regulación? En la planta a la que acudimos hay doce líneas o estaciones de revisión, cada una con dos inspectores, esto es, 24 en total. Considerando relevos por vacaciones, descanso médico, etc., más supervisores y personal administrativo, la planta debe de emplear a unas 80 personas. La mayoría es personal calificado, así que supondremos un costo salarial promedio de 15.000 soles anuales, lo que da un total de 1,2 millones de soles. Además, la planta ocupa, al ojo, un terreno de 30.000 metros cuadrados, que en esa zona puede valer 9 millones de dólares (a razón de 300 dólares por metro cuadrado) y generar una renta por alquileres equivalente al 5% de su valor, lo que vendría a ser 1,3 millones de soles. Digamos que gasta medio millón en insumos. Entre una cosa y otra, mantener la planta en operación cuesta 3 millones de soles al año.
Pero esa es solamente una de las cuatro que hay en Lima. Multiplicando, son 12 millones de soles. Y si asumimos que hay una planta en cada capital de departamento, aunque quizá de menores dimensiones, el costo total para el país puede llegar a unos 70 u 80 millones de soles anuales. Estos son costos reales: es el valor de lo que el personal y los terrenos producirían si se dedicaran a otras actividades.
Ahora, ¿cuántos accidentes se logra evitar gracias a ese sacrificio?