El Sapo, por Carlos Adrianzén
El Sapo, por Carlos Adrianzén
Carlos Adrianzén

Meses atrás, los entonces candidatos a la presidencia y al Congreso estaban como locos y haciendo prácticamente de todo para ganar votos. Si bien a algunos les fue mal y fueron expectorados por cometer errores o plantear ideas tóxicas, otros lograron su objetivo de llegar al poder. Finalmente, el pueblo le otorgó la mayoría en el Legislativo a Fuerza Popular y eligió como presidente a un banquero-burócrata de destacada trayectoria: Pedro Pablo Kuczynski. Esta división del trabajo fue sabia, pues ambos poderes están atados. Si el Legislativo fracasa –aprobando barbaridades u obstruyendo cándidamente–, ambos fracasan. De igual forma, si el Ejecutivo optase por el camino fácil –creando nuevos impuestos, incrementando la deuda pública o irrespetando instituciones–, naufragará también su socio involuntario al no hacer respetar los límites fiscales, el respeto a la propiedad privada y a la Constitución. Puntualmente, al no impedir que los errores se implementen.

Curiosamente, ante cualquiera de los dos fracasos, habrá ganadores. El Frente Amplio y otras beligerantes agrupaciones menores podrán aprovechar la frustración popular y catapultarse como novedosas alternativas. Así las cosas, mientras los elegidos necesitan desesperadamente no fracasar, el resto necesita que fracasen. Es pues penosamente lógico que las agrupaciones perdedoras apoyen estentóreamente cualquier error del Ejecutivo o Legislativo o que, incluso, implementen violentas y masivas protestas ante cualquier paso en la dirección correcta.

Por otro lado, Kuczynski hereda de Humala una economía estadísticamente oscurecida. Según cifras oficiales a junio del 2016 –poco antes del cambio de gobierno–, crecimos a 4% (PBI anualizado en soles constantes) y las exportaciones de bienes y servicios también habrían logrado recuperarse y crecer a una tasa similar. No obstante, si consideramos las cifras oficiales para ese mismo periodo en dólares, estas señalan lo contrario. Que estaríamos en recesión con un PBI que decrece en 4% y las exportaciones de mercancías en casi 10%. 

Definitivamente algo no cuadra. No hay magia metodológica que explique tan abultada y sostenida discrepancia ni cómo es que podríamos recuperarnos con dos motores (exportación e inversión privada) apagados. Ni por qué caen sostenidamente la recaudación tributaria y las importaciones (a pesar del abaratamiento político del dólar en términos reales observado en los cinco últimos meses).

Pero reubiquémonos. Los nuevos Ejecutivo y Legislativo han asumido funciones que permiten reemplazar a una administración mediocre y probablemente corrupta, que achaca el sostenido deterioro económico a una moderada contracción de los términos de intercambio. Se les ha dado la oportunidad de cambiar las cosas. Recaer en la autocomplacencia o buscar pretextos sería un error. La retórica del mensaje del primer ministro Zavala es meridiana: ni los unos ni los otros pidieron los votos para no ser capaces de ponerse de acuerdo o para bajar la cabeza frente al otro.

Hoy se deben respetar las reglas (la propiedad privada previsional, los tamices al gasto y deuda fiscal y las principales autonomías institucionales). Si uno se equivoca, el otro lo debe detener. Pero se debe actuar ya. Si alguno plantea propuestas que permitan incrementar la competitividad y enervar las exportaciones y la inversión privada –aunque estas resulten impopulares en su proceso de maduración–, ambos grupos deberán tragarse el sapo. Para eso fueron elegidos.