El precio local del dólar es y ha sido una suerte de obsesión nacional desde hace varias generaciones. Nuestros gobiernos no son capaces de interiorizar que, como en el caso del resto de los precios de otros bienes, lo más sano es tener controladas sus pretensiones dirigistas. Pero no pueden con su impericia, sesgo ideológico y con algunos empáticos afanes mercantiles, colindantes con la corrupción (el dólar especial para alguien o para algún sector).
Los episodios en los cuales algún gobierno se acercó a un dólar libre –en que las personas fueron quienes determinaron su valor en el mercado– han sido pocos y efímeros. Casi siempre nos ganó ese miedito a dejarlo flotar. Y, en términos controlistas, sí que hemos probado de todo: desde un dólar rígido y sagrado (al estilo de “devaluar es una traición a la patria”) hasta regímenes múltiples (un dólar para este importador o para este exportador y hasta para este amiguito); y, últimamente, un dólar dizque administrado. Y como era previsible, en esta enésima versión la cosa también funciona torpemente.
Hoy se sigue una meta inflacionaria de 2% anual con bandas (de cumplimiento irregular) y, por otro lado, se “administra” la volatilidad local del dólar (lo que se parece mucho, pero mucho, a controlar el tipo de cambio). Con este régimen, emerge una regularidad: se abarata el dólar cuando los precios de exportación se elevan y se ajusta –tímidamente– cuando estos caen. Es decir, tratan de controlar el dólar mientras existan divisas fáciles. Esto, como casi siempre en nuestra historia, genera problemas.
En la actualidad, mientras los precios de exportación continúan en promedio tres veces más altos que los que recibió la administración anterior, en el 2014 las exportaciones y los flujos anuales de comercio exterior se contrajeron alrededor de 10% y 6%, respectivamente. Aun dejando de lado que los influjos de capitales al país se comprimen también, el deterioro comercial per se obliga a repensar si resulta una buena idea mantener el esquema prevaleciente.
Muchos están hoy preocupados por la reciente elevación del dólar local. Su valor nominal se ha incrementado en 7,1% en el 2014. Aunque esta no ha enervado la inflación, tampoco ha realineado hacia arriba el valor real del dólar. En el 2014, según el emisor de moneda, la devaluación real a noviembre es casi nula. Virtualmente no han hecho nada. Nada diferente a esperar que nos beneficie el colapso del petróleo, que los precios de exportación mejoren o que las tasas de interés estadounidenses no suban drásticamente.
Para quienes están preocupados (además de recordarles que el dólar actual es, en términos reales, 14% más bajo que al de mediados del 2006), les tengo una buena noticia: no hay soles para una devaluación como las de antaño. Al menos en la administración de la oferta monetaria, el Banco Central de Reserva está siendo responsable. A noviembre pasado, la liquidez total bancaria había crecido solo en un 1,5% anualizado. A los sobresaltos que hicieron que el año pasado la liquidez en dólares creciera al 43,4%, el monopolio estatal les respondió elevando los encajes en moneda extranjera a la mala. Así, la liquidez en dólares se contrajo en 3,7% en el 2014. Hablando sin pelos en la lengua: pegaron un frenazo a lo bestia.