¿Cómo se hace para reunir a medio millón de personas en un mitin político? En la mañana del día del mitin, la policía pasa por el barrio El Redentor en Managua, Nicaragua, obligando a que los vecinos guarden sus carros en las cocheras. Se necesita mucho espacio para estacionar los cientos de buses que vienen de todas partes del país trayendo gratis a miles de personas a la fiesta.
En cada barrio hay un operador del partido que reparte polos gratis. Se nota que hacen bien su trabajo: todos en las calles llevan un polo con imágenes revolucionarias. Este barrio queda a pocas cuadras de la avenida Bolívar, que conecta la rotonda Hugo Chávez con el malecón Salvador Allende, donde está la plaza La Fe, lugar central del mitin. El recorrido no es casual, sirve de reforzamiento ideológico para las miles de gentes que circulan. La gente se toma fotos con una imagen gigante de Chávez, luego camina por la avenida, donde en decenas de pantallas gigantes se observa la plaza llenándose y se escuchan canciones de la trova revolucionaria. En los buses regalan el aguardiente, en la calle ahora se vende.
En la plaza La Fe, los líderes del gobierno ya están en el estrado. Están tranquilos, saben que su poder de movilización se ha desplegado, la millonaria inversión ha funcionado y la plaza, así como toda la avenida están rebosantes. Desde un helicóptero, las cámaras del canal oficial filman todo el despliegue.
Primero habla Rosario Murillo, esposa del líder y de quien se dice que es el poder detrás del poder. No dice mucho, saluda a los invitados extranjeros, los aliados de Venezuela y Cuba. Cada saludo es seguido por música, ya no es la música histórica, ahora es el repertorio actual del sandinismo: pachanga con lemas oficialistas, y unas versiones endemoniadamente pegajosas de “Give Peace a Chance” y de “Stand by Me”.
El plato de fondo es la palabra de El Gallo, el líder Daniel Ortega. Dicen que siempre sus discursos son de noche porque no puede exponerse al sol. Dicen también que su esposa practica la brujería. Los chismes son parte del folclor político de nuestros pueblos. Cuando sale a hablar El Gallo, el clamor popular es ensordecedor. La bulla, sin embargo, no merece el discurso: muchos lugares comunes contra el imperialismo yanqui, odas al socialismo bolivariano y saludos protocolares a miembros de los otros poderes copados del Estado y a invitados especiales como Rigoberta Menchú. Pero lo importante no es el sermón, sino la comunión, y esta llega al final, en que Ortega se pasea por el estrado saludando al pueblo mientras miles de bombardas iluminan por una hora el cielo de Managua, al ritmo de más rumba revolucionaria. El pueblo baila y clama: ¡Daniel!, ¡Daniel!, así, por su nombre de pila.
Si un político peruano viera esta experiencia, podría sacar buenas y malas lecciones. Una primera lección es que no solo la indignación moviliza. El entusiasmo y la alegría son elementos poderosos que motivan a los ciudadanos a participar. Lo otro es el rol central de los jóvenes. La foto final de Ortega no incluirá a ningún dinosaurio histórico de la revolución. Esos están a 100 metros del protagonismo. En el punto focal la media de edad será menor de 30 años. Por supuesto, hay mucha mala maña también. El uso indiscriminado de recursos públicos para beneficio partidario es uno de ellos. Finalmente, es triste e irónico que el aguardiente sea gratis para los que vienen de lejos, de pueblos donde no hay servicios básicos. Es la triste realidad política de nuestros pueblos.